miércoles, 28 de octubre de 2009

En defensa de las fotocopias

Hace unos años - 2002 - pensaba así sobre las fotocopias. Hoy... pienso lo mismo. Su uso sigue siendo necesario, legítimo y legal. Además, quien no lee de joven (aunque sea en fotocopias) nunca leerá libros; lo importante es que los jóvenes lean... cuando puedan tener libros, sin duda los tendrán.

En defensa de las fotocopias: Leonardo Garnier

Sub/versiones – La Nación: Jueves 10 de Octubre, 2002

¿Será de verdad tan grave eso de que la gente fotocopie libros? Yo, tengo mis dudas. Siempre me ha parecido bien que la gente pueda fotocopiar cosas que quiere o necesita leer. Me parece que es bueno para todos: para el que lee, para el que es leído y, aunque suene extraño, hasta para el que vende esos mismos libros que son fotocopiados.

Esto no quiere decir que me parezcan bien las ediciones piratas: eso de hacer un montón de copias o ‘clones’ de un libro y venderlos como negocio, es un vulgar robo de derechos ajenos: robo de los derechos económicos del autor, de los editores y de los comerciantes legítimos. No, de lo que estoy hablando es de otra cosa: de los estudiantes o las personas que necesitan leer uno o varios libros, o capítulos de distintos libros, y no pueden comprarlos, ya sea porque no están en plaza o porque, como suele ocurrir, tienen precios prohibitivos.

Y es que esas son las principales razones por las que la gente fotocopia un libro: porque es la única forma de conseguirlo, o porque es la única forma en que, dados los precios, esa persona, puede adquirirlo. No creo que sean tantos los casos en que las fotocopias sustituyen la compra del libro: la mayoría de la gente no fotocopia los libros que habría comprado, fotocopia los libros que no compraría al precio que tienen.

Por cierto… ¿por qué son tan caros los libros? Lo pregunto porque si algo puede transformar a los millones de lectores de fotocopias en ávidos compradores de libros sería, precisamente, que sus precios fueran más razonables, reflejando los verdaderos costos de producir los libros y no el carácter cautivo del mercado de algunas editoriales, auténticos corsarios del libro.

Las fotocopias permiten – y han permitido ya por casi medio siglo – que mucha gente lea más de lo que habría leído de no existir las fotocopias. Permiten también que muchos autores sean más leídos de lo que lo hubieran sido en ausencia de las fotocopias. ¿Y los vendedores de libros? ¡También han vendido más libros! Aunque podrían no beneficiarse en el momento en que alguien fotocopie este o aquel libro que ellos habrían preferido vender, sí se benefician a la larga… y a la no tan larga: cuando la gente aprende a leer y le coge el gusto a la lectura – así sea con fotocopias – seguirá leyendo toda su vida y, en la medida en que tenga ingresos adecuados, pasará, como tantos hemos pasado, de las fotocopias y los libros prestados a los libros comprados. Más aún, las fotocopias fomentan la lectura incluso en el corto plazo, igual que la radio – y hasta Internet – fomentan la compra de discos, e igual que ‘una probadita’ funciona como ‘gancho’ para la venta de todo buen producto.

Frenemos el negocio ilegítimo de la clonación masiva de libros, pero estimulemos la lectura en todas las formas posibles: por medio de las bibliotecas, de los libros que se prestan entre amigos, de las fotocopias y hasta de los downloads de Internet. Y, por supuesto, también por medio de los libros que se venden en librerías que… eso sí, deberían ser mucho más baratos para que la gente, sobre todo en países pobres y con mala distribución del ingreso, pueda comprarlos.

domingo, 25 de octubre de 2009

“Jóvenes necesitan la política”

Entrevista a Leonardo Garnier

Ricardo Lizano: Revista Poder – Setiembre 2009

Meses atrás, después de escuchar un concierto en el conocido Jazz Café, Leonardo Garnier, fue sorprendido por unos disc-jockey, quienes pusieron a sonar una distorsionada e irreverente versión del Himno Nacional. Minutos después, en el baño, una de sus hijas escuchó a alguien exclamar “¡Qué horror eso que pusieron, lo peor es que allí estaba el ministro de Educación!”. Lejos de incomodarle, a él le pareció fantástico que dos “carajillos” tuvieran la ocurrencia de presentar su versión del himno nacional. Ese acto le hizo recordar la famosa interpretación en guitarra eléctrica, que del himno de los Estados Unidos, ejecutara el legendario y fallecido Jimmy Hendrix, en aquel no menos legendario y emblemático festival de Woodstock, todo un símbolo de la juventud de la que formó parte Garnier.

–Un estudio realizado por este gobierno, divulgado en 2007, demostró el desencanto de los jóvenes con la política. ¿Seguirán pensando igual?

–Es muy difícil saber si el pensamiento de los jóvenes ha cambiado o no de 2007 a esta fecha. En esto se juntan varias cosas: el país atravesó por un período de desilusión con la política por los casos de corrupción que vincularon a ex presidentes de la República. Pero, además, la prensa no los analizó como casos relacionados con ciertas personas, sino que los convirtió en un juicio a la política en general.

Pero esto no es nuevo. Probablemente, desde fines de la administración de Rodrigo Carazo en el país se entronizó un discurso –fenómeno que no fue solo nacional– mediante el que la política se convirtió en algo así como una actividad “enemiga del pueblo.

–¿El discurso de la anti política?

–Efectivamente. Se equiparó política con corrupción o con intereses particulares sin comprender los movimientos de la historia. Además, después de la caída del Muro de Berlín y del desprestigio bien ganado de lo que se llamó el socialismo real, muchos analistas y medios de comunicación concluyeron – lamentablemente – que toda intervención estatal en los mercados era mala.

Se entró en esta etapa, calificada como neoliberal, en la que se extendieron las privatizaciones, desregulaciones y aperturas sin condiciones. Y el problema con algunos de nuestros jóvenes es que llegaron a la edad de participar en política cuando recibían, desde distintas partes, un mensaje negativo. Les decían que la política era una porquería pero no les señalaban que sin vincularse con ella no se pueden enfrentar los retos sociales, financieros y ambientales de una sociedad.

Ahora bien, el Ministerio de Educación Pública (MEP) es un lugar privilegiado para contemplar y analizar estas realidades. Porque no basta con lo que dicen las encuestas, sino que es necesario conocer cómo actúan los jóvenes. Y lo que hemos podido comprobar es que existe mucho interés de ellos por participar, ya sea en actividades electorales, ambientales, artísticas o sociales. Pero eso de que no les interesa la realidad nacional me parece más bien una actitud de los años 80´s ó 90´s.


–¿Diría, entonces, que a la juventud sí le interesa la polít
ica?

–Pienso que sí. Claro, tampoco se trata de idealizar el pasado y sugerir que la época de los años 70´s, que fue muy política, atraía multitudes. Participé activamente y a veces, para cosas muy sensibles que se suponía interesaba a los estudiantes, porque les afectaba directamente y, sin embargo, no llegaban más que unos pocos alumnos.

La verdad es que no siento gran diferencia entre aquella juventud de los 70´s y la actual. Me parece que sí se produjo un bache en los años 80´s y 90´s por el asunto de la antipolítica. Bache que, además y con el perdón de algunos, fue musical pues la calidad de la música por algunos años fue terrible.

–¿De qué otra manera percibe ese interés?

–La música juvenil actual es enormemente política. El rap, el hip-hop y el reggaeton son géneros en los que, si bien hay cosas muy vacías, también se encuentran significados muy profundos. Las canciones de Calle 13, por ejemplo, son tan o más radicales que la música protesta de los años 70´s.

–¿Qué motivaría a los jóvenes a incorporarse. Lucha por empleo, por participar en una actividad deportiva o por lograr libertad sexual, algo que ya muchos disfrutan?

–La política es como el sexo, apasionante. Como cualquier causa. Vivir una vida intrascendente es terrible y si alguien no quiere que su vida sea así es el joven, quien tiene todo por delante. Debe ser aburrido que alguien a los 18, 30 ó 35 años piense que su vida se va a limitar a la marca de sus zapatos o a cuál empresa le vende televisión por cable. Igual que en todas las generaciones, los jóvenes de ahora tienen una necesidad de trascender.

–¿Cómo influye la situación internacional?

–Es significativo lo que pasó en Estados Unidos. Los jóvenes dejaron atrás ocho años de un gobierno muy sin gracia, involucrado en guerras que ellos no querían, lejano de políticas sociales y educativas. Más que por plantear cosas concretas, Barack Obama ganó por presentarse como alguien distinto, fresco, representante de otra generación. Despertó un entusiasmo mucho mayor del que en su momento provocó John F. Kennedy. Mi pregunta es ¿qué hace falta en Costa Rica para que los jóvenes sientan que algo está pasando en política? Porque finalmente, les guste o no, tendrán que administrar el país y por lo tanto deben estar preparados para ejercer el gobierno.

–¿Está sugiriendo que necesitamos una versión tica de la “obamanía”?

–Estas cosas son muy raras. El fenómeno de Brasil es muy interesante. Los ocho años de gobierno de izquierda de Fernando Cardoso, más los ocho de la administración de Lula –más a la izquierda pero muy responsable– acumulan 16 años de gobiernos que han estado haciendo política económica, social y ambiental muy cercanos a la gente. Yo hablo con gente de Brasil y en ellos no se siente ese desencanto con la política como el que se experimentó en países donde los gobiernos dejaron hacer y dejaron pasar.

–Algunos pretenden conquistar a esa juventud con opciones políticas que ya fueron superadas.

–Eso es algo extraño en Costa Rica. En algunos sectores existe cierta idealización del pasado pero, con todos los problemas que pueda tener, la Costa Rica actual es mucho mejor que, por ejemplo, la de los años 70´s. Nuestros sistemas de salud y educación son mejores, lo mismo que la calidad de vida. Porque si bien se produjo un deterioro, producto de la crisis, lo que incrementó la pobreza, ésta sigue siendo más baja que la de los años 70´s e, incluso, menor que antes de esa crisis.

En todo caso, aunque el pasado hubiera sido tan idílico, han pasado más de 30 años y ya no hay retorno factible. No creo que la gente se ilusione con regresar al pasado. Lo importante es plantearse qué es lo que sigue en los próximos cinco, diez o quince años. Todavía no sabemos dónde va a rematar el uso de tecnologías o redes sociales como el Facebook o el Twitter. Eso tendrá un significado político que desconozco pero que será interesantísimo.

–¿Habrá necesidad, a fin de cuentas, de ofrecerle nuevas utopías?

–La juventud universitaria de la que formé parte fue seducida por utopías que resultaron ser demasiado estructuradas. Se fundamentaban en teorías que tenían casi 150 años de existencia y, finalmente, resultaban hasta en dogmas. Eran grandes sueños, demasiado ideológicos, casi religiosos.

En la actualidad los jóvenes no tienen una utopía sino pedacitos de muchas de ellas. Es como si tuvieran un rompecabezas de utopías pero carecen de un gran esquema para poder ordenarlo. Y, claro, a veces da temor que nuevos demagogos capturen parte de esa juventud y le vendan una versión devaluada de viejas utopías. Eso sería terrible.

Un mundo sin utopías no funciona y el gran reto de la juventud actual es cómo construir la suya. Por otra parte, si las utopías no tienen un vínculo con la realidad para efectivamente mejorar el mundo, eso tampoco funciona. Siento que en la actualidad los jóvenes intuyen pedazos de utopía, pero necesitan de un marco que les permita interpretar lo que está pasando. Participar en una o varias ONG o en clubes no será suficiente. En el fondo, necesitan de la política.

–El padrón electoral demuestra la importancia que tendrá el ciudadano joven en las próximas votaciones. ¿Cree que finalmente la gran mayoría votará o se incrementará el abstencionismo?

–Pienso que la gran mayoría votará aunque por supuesto habrá abstencionismo pues arrastramos ese cierto desencanto con la política. Espero que luego de estos años de la administración de Óscar Arias, ese desencanto haya disminuido pues éste ha sido un gobierno activo. El país se quejaba de que los gobiernos no hacían nada y, aunque se discrepe, al actual no se le puede acusar de eso. Este es un gobierno que ha hecho cosas y eso puede contribuir a reducir la apatía.

La gran pregunta que deben hacerse, especialmente quienes están en campaña, es qué quieren los jóvenes de ahora. Eso no lo tenemos claro quienes estamos en los 50 años, ni lo saben quienes están en los 30 y posiblemente no lo saben ni los mismos jóvenes, pues no creo que lo hayan racionalizado aún. Están descontentos con algunas cosas, ilusionados con otras pero no sabemos cómo se traduce eso políticamente.

Costa Rica está en un período de transición; el 48 ya no funciona. Estamos en una etapa de nuevas adscripciones. La memoria política de un joven que va a votar en las próximas elecciones, cuya edad sea 18 ó 19 años, probablemente se remonta, si acaso, a este gobierno y el anterior.

De lo que Leonardo Garnier no tiene duda es que los jóvenes no renunciarán a la búsqueda de nuevas ilusiones pues “un mundo sin utopías no funciona” aunque éstas solo tienen sentido en la medida en que, según dijo, tengan algún vínculo con la realidad. Nadie como él para afirmarlo. Su trabajo lo obliga a mantener un vínculo cotidiano con esa juventud a la que considera oportuno suministrarle “un marco de interpretación de lo que está pasando”, lo que, en la práctica, no significa otra cosa que la política.

martes, 13 de octubre de 2009

La clase: ¡entre los muros!

Leonardo Garnier

“La Clase” – película de Laurent Cantet – plantea con sensibilidad los dilemas de la vida entre los muros de un colegio francés… o de cualquier parte. Probablemente la diversidad estudiantil es aún mayor allá que en nuestras aulas, pues esa es la Europa de hoy: ayer Europa se tomó el mundo, hoy el mundo se les mete por la ventana. “Soy francesa, pero no estoy orgullosa de eso” dice una estudiante. “Yo tampoco” responde Francois, el profesor francés (es decir, francés-francés). Pero la diversidad la vivimos todos y es al mismo tiempo difícil y hermosa: ¿cómo aprender a disfrutar la diversidad, a crecer con ella?

Junto al conflicto de la diversidad Cantet nos muestra el conflicto que surge de esa realidad – las familias, los barrios, los grupos – que inevitablemente permea y transforma el colegio. Aunque lo pretendan, los centros educativos no son ‘burbujas’ aisladas de sus entornos y la película, por cierto, no se llama “La Clase”. En el original francés se llama “Entre los muros”, título que refleja con mucho más fidelidad esa sensación de refugio/cárcel que tienen a veces los colegios, sobre todo en las comunidades donde más se sufren las desigualdades y conflictos sociales. En español, sin embargo, el lenguaje nos permite otro juego de palabras: sólo una letra distingue aula de jaula.

El muro, la jaula, el colegio ¿pretende simplemente contener a los jóvenes mientras se les pasa la juventud? Eso no funciona en la película… ni debe funcionar en la realidad: en el colegio se construye identidad y ahí todos – estudiantes y docentes – son protagonistas que conviven en sus distintas relaciones: estudiantes con docentes, estudiantes con estudiantes, docentes con docentes y, claro, el director… que debe “mantener el orden” aunque en el fondo sabe – o intuye bien – lo que tiene entre manos.

Cantet nos presenta una constante del sistema educativo: el miedo. Cuando hay miedo y desconfianza las respuestas iniciales son casi inevitablemente de agresión, agresión defensiva, agresión mutua: ¿por qué me pide eso? ¿por qué debo leer? ¿por qué le voy a contar de mi vida? – dicen las y los estudiantes. Por su parte, sentimos la frustración del profesor que intenta agrietar el muro mientras desafía sus propios miedos: frente a sus estudiantes, que le retan con y sin razón; y frente a sus colegas, que también. Francois se siente atrapado: se finge duro para no parecer débil ante sus estudiantes... pero no es lo suficientemente duro, no le nace. Entonces la paradoja le cae encima: los estudiantes no lo respetan y eso lo hace aparecer débil frente a sus colegas y el director, para los que el castigo, en espiral ascendente, parece resolverlo todo. Pero ¿lo resuelve?

Ya quisiéramos que fuera tan fácil. En realidad el castigo lo oculta todo: logra que se porten bien, claro, mientras nadie los ve; pero ¿enseña… realmente enseña? Recordemos al joven Sulemán: ¿aprendió más con el castigo – la expulsión – que con la tarea que le forzó a disfrutar de su fotobiografía? La película sugiere que no; tiendo a coincidir.

El dilema frente al castigo es inevitable. Sabemos que no es fácil dar clases a grupos grandes de adolescentes; pero, debiéramos saber también (más que saber, recordar) que ¡no es fácil ser adolescente! El castigo es a veces inevitable, pero resulta siempre una muestra de nuestro fracaso educativo: es un último recurso ante la impotencia. No se malentienda, cuando digo último recurso no digo que no deba usarse; hay momentos en que solo nos queda el castigo: esos momentos en los que simplemente no podemos “no hacer nada” pero tampoco podemos hacer nada más. Pero, aún entonces, el reto es entender el castigo como instrumento educativo, no como venganza ni como simple represión: ¡me la vas a pagar! ¡así vas a aprender! ¿Así? Depende: ¿sabremos castigar educativamente?

Pero no basta; hay mucho más que hacer: construir identidad, perder miedos, abrir canales de comunicación, en fin, romper los muros, esos muros interiores que separan a estudiantes y docentes, a docentes entre sí, a compañeras y compañeros... los separan y enfrentan, muchas veces por diferencias nimias que son más bien las excusas de los pequeños miedos que llevamos dentro y que se agigantan frente a la actitud hostil o agresiva del otro, fruto a su vez de sus miedos particulares.

Hay que hacer de todo un poco, sin garantía, pero con esperanza: desde aprender a conversar, hacer trabajos en común, campamentos, enfrentar retos, hacer y rehacer grupos, romper argollas, jugar roles... siempre con el propósito de conocerse mejor, aceptarse, entenderse, disfrutarse, en fin, de generar complicidades sanas. Hay que hablar y hablar y hablar... es decir, escuchar. En esto el juego puede ser una herramienta poderosa si se usa bien... pero trágica si se pervierte para reforzar diferencias, favoritismos y poderes. Siempre está el arte, pocas cosas sensibilizan más: la fotografía, la plástica, la música y, por supuesto... el enorme poder de la palabra, como bien nos muestra la película. Pocos retos más valiosos que éste: lograr que lean, que escriban, que se lean y se escriban, que se describan... que se acerquen por la palabra, por la imagen, por el sonido, por el juego. Luego, estudiar juntos, enfrentar juntos el reto de aprender, de aprender a ser, a hacerse persona individual y colectivamente. ¿Fácil? No, para nada. Nadie dijo que la educación fuera fácil. Es apasionante y satisfactoria, pero no es fácil: como la vida.

Un detalle final y curioso: la imagen de los muros, del muro, está tan presente en esta película como en The Wall de Pink Floyd, en la que una educación que enladrilla a los estudiantes nos hace terminar coreando con ganas: “we don’t need no education” . No necesitamos una educación que refuerce los muros o profundice los miedos. Necesitamos una educación que escarbe y ensanche las grietas, venciendo los miedos, dejando entrar la luz y el aire para que cada estudiante respire, se mire y pueda encontrarse. Encontrarse consigo mismo. Encontrarse con otros. Romper el muro. Vencer el miedo. Lograr que la jaula vuelva a ser aula: lugar de encuentro.