domingo, 18 de julio de 2010

Educar para la ética, educar para el amor

Leonardo Garnier / Ministro de Educación Pública
Si bien hay que educar para las responsabilidades de la vida cotidiana, sabemos que eso no basta: debemos educar, sobre todo, para una vida buena y plena, una vida trascendente. Esto no es fácil en el mundo en que vivimos, un mundo incierto y cargado de temores, presiones y tentaciones que fácilmente nos empujan al egoísmo malsano, al engaño y la envidia; a la autocomplacencia, a buscar el éxito sin importar los medios y sin importar a quién lastimemos en el camino; en fin, un mundo en el que pareciera que todo se vale.

Frente a estos riesgos – lo hemos dicho muchas veces – debemos educar en la ética y en la estética, debemos educar para la convivencia. Nuestros jóvenes no pueden crecer sin criterios propios en un mundo en el que se diluyen el imperativo moral de luchar por aquello que es correcto o noble o el imperativo estético de expresarnos mediante creaciones artísticas que nos conmuevan.

Pero no es fácil educar en la ética. La ética no es algo que se pueda aprender como mera información, ni siquiera como conocimiento, sino como vivencia, como creencia, como convicción. No se aprende con discursos o sermones, sino mediante una metodología que enfrente a los muchachos con ‘dilemas éticos’ de todo tipo. La resolución de estos dilemas no puede ser antojadiza o casual, sino que debe incorporar la adquisición de conocimientos y la construcción de criterios éticos mediante procesos sistemáticos de investigación, reflexión y, sobre todo, deliberación.

Estos dilemas pueden encontrarse en cualquier lado: en los problemas que surgen diariamente en las aulas o los centros educativos; en la vida del barrio o la comunidad; en los periódicos o telenoticieros y, por supuesto, en el arte: ¿Quién mejor que Shakespeare para enfrentarnos con dramáticos dilemas éticos? ¿Cómo no angustiarse frente al Guernica? ¿Quién puede leer sin inmutarse Pedro y el Capitán, de Benedetti; o leer “Desgracia” de Coetzee sin sentir tirones en el alma? ¿Cómo no conmoverse con “Murámonos, Federico”?.

Hay prácticas que deben aprenderse y practicarse hasta que se vuelvan casi intuitivas: hacer lo correcto, hacer el bien, sentir en carne propia el dolor y la alegría ajenas, ser solidarios, disfrutar de la diversidad humana, en fin, ser buenos hermanos es algo que solo se aprende viviendo… y reflexionando sobre cómo vivimos. Pero cuidado, porque si algo es evidente para los estudiantes, es la falta de congruencia entre el discurso y la práctica: los jóvenes fácilmente detectan los “sepulcros blanqueados” que sientan cátedra moral en el aula mientras demuestran lo contrario con su vida y con sus hechos. Hay que predicar con el ejemplo y reflexionar sobre ello.

Finalmente, lo principal: entendamos que no se aprende a ser bueno por conveniencia ni por temor. La zanahoria y el garrote no son buenos instrumentos pedagógicos cuando se trata de sentimientos y valores, cuando se trata de construir criterios éticos, cuando se trata de aprender a hacer lo correcto. ¿Podemos aprender a ser buenos por la ambición del premio que nos espera… o por el miedo del castigo que nos impondrán si no lo somos? No, eso no funciona. Lamentablemente, muchos aún creen que sí… y así educan a nuestros jóvenes: pórtese bien y le doy una buena nota; pórtese mal y la boleta. Desde niños nos maleducan de esa forma: si te portás bien el Niño te traerá muchos regalos… si te portás mal te castigará dejándote sin nada. Así, muchos crecemos creyendo que hay que “ser buenos” porque finalmente eso nos traerá beneficios o premios… y que no hay que “ser malos” porque alguien se dará cuenta y nos castigará. Entendámoslo de una vez por todas: eso no es educación, es mero conductismo y su base no es la ética, ni la bondad, ni el amor, sino el egoísmo, la ambición y el miedo.

Queremos que nuestros jóvenes aprendan a ser buenos porque sí, que aprendan a hacer lo correcto porque sí: porque somos hermanos, porque somos humanos y, como tales, enormemente diversos pero intrínsecamente idénticos. Al convivir y descubrirse en los demás, nuestros jóvenes deben aprender a amar y a actuar en consecuencia. Amar sin condiciones, sin segundas intenciones, sin temores, sin esperar más recompensa que la satisfacción de sentir que se hizo lo correcto, la recompensa peculiar del amor que, como bien dijo San Pablo, no tiene envidia, no presume ni se engríe, no es maleducado ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Para eso debemos educar, así debemos educar. 

jueves, 4 de marzo de 2010

A usted las gracias

Leonardo Garnier     Presentación del Calendario Escolar 2010


Quiero aprovechar las páginas introductorias de este Calendario Escolar que irá a dar a las manos de cada docente – como usted – simplemente para eso: para darle a usted las gracias.

Cada uno de nosotros guarda un agradecimiento especial para algún maestro, alguna profesora, alguna directora u orientador que en determinado momento logró dejar una huella en nuestra vida de estudiantes. Alguien que nos motivó cuando estábamos a punto de aflojar y necesitábamos hacer un esfuerzo adicional. Alguien que pudo ver más allá de las notas y los deberes para entendernos como personas jóvenes en construcción, y supo darnos un buen consejo, reforzar nuestras fortalezas, atenuar nuestras flaquezas o, simplemente, servirnos de ejemplo... pues pocas cosas enseñan tanto como el ejemplo. En fin, alguien que logró hacer de la educación esa actividad integral que permite a cada niña y niño, a cada joven, aprender a pensar, aprender a vivir y aprender a convivir: en síntesis, aprender a ser.

Pero también debe existir un agradecimiento distinto: el agradecimiento de la sociedad hacia cada educador y educadora que, con su trabajo cotidiano, con su compromiso, con su estudio permanente, con su vocación traducida en hechos, logra convertirse en personaje indispensable para cada estudiante que pasa por sus manos, en esa peculiar travesía en que va construyéndose a sí misma como una persona íntegra, competente, audaz, solidaria, capaz de disfrutar la vida plenamente y siempre dispuesta a enfrentar la responsabilidad de crear, día a día, un mejor país, una mejor sociedad, un mundo mejor.


Es lo que pretenden ser estas palabras: ser un agradecimiento a cada docente que ha trabajado por hacerse indispensable.


Cada quien sabe cómo intentarlo. Cada quién intuirá hasta dónde lo está logrando. Cada quién sabrá distinguir cuáles son las mejores formas en que puede y debe constituirse en ese personaje indispensable que algún día será reconocido como inolvidable por aquellos jóvenes, cuando ya no lo sean tanto. Por eso, gracias.


Cada quien sabrá, también, cuándo y cómo puede haber flaqueado en este intento: cuándo nos quedamos cortos, cuándo no hicimos lo necesario, cuándo nos conformamos con lo que nos pareció suficiente, cuándo nos hicimos de la vista gorda, cuándo simplemente cumplimos... a pesar de que sabíamos que, en educación, cumplir nunca es suficiente. Por eso, por darse cuenta que en algún momento se ha fallado y, sobre todo, por ser capaz de reaccionar y retomar el sueño educativo de don Mauro, doña Emma, don Omar y tantos otros, gracias también.


Además – y esto en términos muy personales – gracias a usted que, durante estos años, me ha ayudado a ser parte de esta comunidad educativa. Me cuesta pensar en un trabajo mejor que el de ser Ministro de Educación; de hecho, solo se me ocurre uno: el de ser educador.


Nuestro paso por el Ministerio ha estado marcado por un objetivo claro: el de hacer una diferencia. Para ello – y sabiendo que en un tiempo limitado hay que tener unas pocas prioridades – elegimos la ruta de la educación integral que tan bien recoge nuestra Ley Fundamental de Educación. Hemos trabajado – junto con el Consejo Superior de Educación – por enfatizar que cada centro educativo debe aspirar a ser un centro educativo de calidad. Hemos reivindicado la importancia de una educación para la vida y la convivencia; por eso, sin desmerecer ni descuidar los esfuerzos por mejorar la calidad de nuestra educación académica y técnica, trabajamos con especial ahínco por recuperar y remozar la educación artística, la educación musical, la educación física y – por supuesto – la educación cívica que debe ser comprendida, sentida y vivida, no simplemente recitada.


La capacidad de pensar es un componente vital de todo sistema educativo. Pensar lógicamente, pensar críticamente, pensar apasionadamente. Pensar en diálogo constante con los otros – en los libros, en las aulas, en el cole y en la calle – es vital para que nuestro pensamiento sea también tolerante y capaz de construir en convivencia, en diversidad, en paz. Hemos dirigido a esto tanto esfuerzos curriculares que han modificado programas de asignaturas específicas, como esfuerzos dirigidos a transformar distintos espacios y momentos de la vida estudiantil: los festivales, los gobiernos estudiantiles, los encuentros y campamentos, y hasta la resolución de conflictos. Hemos abogado una y otra vez por desterrar el miedo de nuestros centros educativos, promoviendo el respeto y la responsabilidad para con los demás.


Dijimos que nuestro mayor reto era elevar la cobertura de secundaria, incomprensiblemente baja para un país como Costa Rica. Para ello, impulsamos una reforma en el Reglamento de Evaluación de los Aprendizajes, dirigida a frenar el fracaso y la repitencia innecesarios. Cualquier reforma de esta magnitud será polémica pero, lo cierto, es que Costa Rica no podía darse el lujo de seguir expulsando estudiantes del colegio por razones equivocadas. Sé que las nuevas reglas demandan un esfuerzo mayor de organización de la matrícula, de los horarios y del curso lectivo; pero, comparado con el escenario de estudiantes repitiendo asignaturas que ya habían aprobado o, peor, desertando por tener que repetir una vez más todo el año... estoy convencido que la reforma es sensata. Los primeros datos muestran, en efecto, que aumenta la matrícula y se eleva la cobertura en secundaria. Gracias por el esfuerzo de entender el sentido de esta reforma y contribuir a su consolidación.


Hemos invertido más. Todavía no lo suficiente, pero sí mucho más de lo que era tradicional invertir en educación. Esto ha permitido aumentar la cantidad de docentes creando también condiciones para su capacitación y desarrollo profesional. Se logró en conjunto con los gremios una mejora sustancial de la remuneración docente: algo que no solo es justo hoy sino que además contribuye a elevar la calidad de los docentes de mañana. Hemos reforzado los instrumentos de equidad – desde Avancemos hasta comedores y transporte – y se ha puesto un énfasis muy especial en la educación rural aunque, sin duda, sigue faltando mucho para garantizar la equidad educativa. Hemos mejorado los procesos y aumentado los recursos para la infraestructura y el equipamiento educativo pero, sobre todo, hemos diseñado los instrumentos que, en adelante, permitirán romper este trágico cuello de botella.


Finalmente, hemos impulsado una reforma institucional de oficinas centrales y direcciones regionales que, difícil como son siempre estos procesos, ha tenido objetivos claros: avanzar hacia una estructura menos centralizada y fragmentada, hacia una estructura más orientada a los procesos y los productos; y, sobre todo, una estructura que – poco a poco – nos permita entender que todo nuestro trabajo tiene sentido solamente cuando se traduce en mejoras al nivel de los centros educativos, que es donde hacemos realidad la educación. Todo ese gran aparato al que solemos llamar “MEP” es un aparato – un dinosaurio, habíamos dicho – cuyo único sentido es el de apoyar el trabajo de cada docente quien, a su vez, tiene como única razón de ser, la mejor educación de sus estudiantes.


Si en algo hemos contribuido a que el MEP se mueva en esa dirección, a que el MEP sea una institución que está un poco más en función de los centros educativos, de los docentes, de los estudiantes y de una educación que – como dije – les permita aprender a pensar, aprender a vivir, aprender a convivir... entonces, podremos estar contentos.


Una vez más, nuestro principal agradecimiento va para usted que nos acompañó y motivó a lo largo de esta aventura.

lunes, 11 de enero de 2010

Educación artística: educación para la vida


Leonardo Garnier / Ministro de Educación, Costa Rica


Hace ya casi cuarenta años, cuando José Figueres impulsaba la creación de la Orquesta Sinfónica Nacional, la Sinfónica Juvenil y la Infantil, se dio una discusión que tal vez hoy parecería bizarra: se alzaron las voces contra ese despilfarro de dinero: ¡lo que el país necesitaba era producir!” –se dijo. En lo mejor del debate, y mientras visitaba un gran lote de tractores recién llegados a Costa Rica, don Pepe pronunció una simple frase que acabó de una vez por todas con el debate: “¿Para qué tractores sin violines?” – dijo.
Y entendimos.


¿Para qué educar?

Debemos educar – por supuesto – para la convivencia eficiente, útil y práctica del mundo del trabajo, del comercio o del consumo. Pero también debemos educar para la vida plena y trascendente que surge de la convivencia solidaria, del afecto desinteresado, de la responsabilidad con el medio y de la expresión de nuestros sentimientos. Debemos educar para la vida.


Pero vivimos en un mundo incierto en el que pareciera que todo se vale; y en el que se vuelve casi indistinguible lo que vale más de lo que vale menos; en un mundo en el que prevalece el miedo. En ese contexto, ¿qué significa educar para la vida? Frente a la incertidumbre, nos dice Savater , la humanidad debe aferrarse a esas grandes fuerzas que la han guiado a lo largo de su historia: la ética y la estética.


Nuestros jóvenes no pueden crecer sin criterios propios en un mundo en el que se diluyen el imperativo moral de luchar por aquello que es humanamente correcto o noble o el imperativo estético de expresarnos mediante creaciones artísticas que nos conmuevan. Pero cuidado: no podemos educar ni en los valores inmutables de los conservadores ni en la cómoda ambigüedad de los relativistas, sino en la búsqueda de qué es lo que nos permite vivir juntos, con respeto, con simpatía, con solidaridad, con afecto, con gusto; reconociéndonos y aceptándonos en nuestra diversidad.


Educamos para cultivar esa parte de nuestra naturaleza humana que no viene inscrita en el código genético, sino en nuestra historia. Educamos para la cultura, para los derechos humanos y para eso que hemos llamado un ‘desarrollo sostenible’. Educamos para el ejercicio crítico pero sensato – o sensato pero crítico – de la ciudadanía democrática. Educamos para identificar y enfrentar la injusticia y para cerrar esas brechas que nos separan. Educamos para asimilar las nociones más abstractas del pensamiento, para entender y disfrutar las formas más sublimes del arte, así como para manejarnos en los aspectos más triviales pero indispensables de la vida cotidiana: cambiar un fusible, abrir una cuenta bancaria, reparar una silla rota, hacer un ruedo, instalar la computadora, pegar un botón.


Finalmente, educamos contra la superstición y la tiranía, que suelen alimentarse mutuamente; educamos para que prevalezcan la memoria, el afecto y la razón, de manera que no se repitan los errores del pasado.


Ética, estética y ciudadanía


De eso trata un proyecto que impulsamos en Costa Rica, al que hemos llamado “Ética, estética y ciudadanía”.


La ética no es algo que se pueda aprender como mera información, ni siquiera como conocimiento, sino como vivencia, como creencia, como convicción. No se aprende con sermones o discursos, sino mediante una metodología que enfrente a los muchachos con ‘dilemas éticos’ de todo tipo. La resolución de estos dilemas no puede ser antojadiza o casual, sino que debe incorporar la adquisición de conocimientos y la construcción de criterios éticos mediante procesos sistemáticos de investigación, reflexión y, sobre todo, deliberación.


Estos dilemas pueden encontrarse en cualquier lado: en los problemas mismos que surgen diariamente en las aulas o los centros educativos; en la vida del barrio o la comunidad; en los periódicos o telenoticieros... o, por supuesto, en el arte: ¿quién mejor que Shakespeare – en el Mercader de Venecia, por ejemplo – para enfrentarnos con dramáticos dilemas éticos? ¿Cómo no angustiarse frente al Guernica? ¿Quién puede leer sin inmutarse Pedro y el Capitán, del maestro Benedetti; o leer “Desgracia” de Coetzee sin sentir tirones en el alma?


Enfrentar dilemas éticos recurriendo al arte es un instrumento poderoso, pero exigente. Si algo es evidente para los estudiantes es la falta de congruencia entre el discurso y la práctica: un discurso cargado de ética y valores ciudadanos acompañado de una práctica autoritaria... simplemente no funciona con los jóvenes. La responsabilidad y los derechos solo se aprenden cuando su conceptualización va acompañada de la práctica y la práctica se conceptualiza. Hay prácticas que deben aprenderse y practicarse – valga la redundancia – hasta que se vuelvan casi intuitivas: el sentir democrático.


Cuatro objetivos de la educación artística en secundaria


Con respecto a la enseñanza de las artes, nuestra educación debe lograr al menos cuatro grandes objetivos: el gozo, la apreciación, la comprensión y la expresión.


En primer lugar, queremos que las y los estudiantes disfruten del arte: ¡simplemente que lo gocen! Decirlo es fácil, pero nos hemos acostumbrado tanto a hacerlos sufrir el arte, repetir el arte, cumplir con el arte... o no hacer nada y aburrirse con el arte, que no siempre es fácil regresar a ese objetivo tan obvio de sentir aquello que se hizo para ser intensamente sentido.


La realidad, sin embargo, es a veces descorazonadora y hasta un objetivo tan modesto topará con problemas, como ocurre tantas veces en nuestras escuelas y colegios, donde se muestra un cuadro, se escucha una pieza musical o se hace leer una novela solamente para preguntar luego por algún párrafo, alguna fecha o cierto detalle técnico de la obra, sin dejar espacio siquiera para que un estudiante se permita olvidarlo todo y dejarse llevar por la pasión. ¿Se imaginan leer Hamlet para que luego nos pregunten por el número del capítulo en que muere Ofelia?


En segundo lugar, hay que complementar el disfrute con la apreciación, que no es lo mismo. Apreciar incorpora elementos de valoración, criterios de calidad y gusto que, si bien no tienen por qué ser rígidos ni únicos – y mucho menos encasillar el arte en géneros ‘mejores’ o ‘peores’ – sí tienen que permitir a cada quien valorar las obras de arte que tiene ante sí y distinguir, dentro de cada género, por qué considera que unas puedan ser más o menos valoradas con respecto a otras: unas pueden gustarle más o menos que otras... o no gustarle del todo, aunque algún experto insista en que deberían gustarle. Incluso poder decir sí, esta obra es superior a aquella pero, a mí, me gusta más aquella y, ojalá, tener argumentos que les permitan entender por qué.


No toda manifestación artística tiene el mismo valor, pero el valor artístico no es algo que venga preestablecido en los manuales inmutables del criterio estético. El arte evoluciona por caminos misteriosos y apasionantes en los que nuevos criterios estéticos surgen a veces agregándose, a veces destruyendo los anteriores. Una actitud de discernimiento y apertura se vuelve fundamental para no caer en los absurdos extremos que rechazan todo lo viejo o todo lo nuevo. En particular – sobre todo porque somos educadores – tengamos cuidado con la descalificación de lo nuevo (¡ésa música que oyen los jóvenes!) porque podríamos estar descalificando los cánones del arte del mañana – como ya ha ocurrido. Veamos lo que se ha dicho sobre los compositores modernos, y cito:

"Tales compositores, en mi opinión, no tienen más que humo en sus cabezas si están tan infatuados con sí mismos como para creer que pueden corromper, abolir y arruinar a voluntad las reglas de oro que nos han heredado los tiempos (...) Hemos llegado al punto del absurdo, pero aún así es posible que estos compositores modernos encuentren un camino para hacer pasar la disonancia por consonancia y viceversa (...). Para estos compositores basta montar un enorme rugido de sonido, una confusión absurda, un arsenal de defectos..."

Eso se dijo hace no pocos años – allá por los 1600 – sobre Claudio Monteverdi, transformador de la música del Renacimiento desde el viejo estilo o prima prattica al nuevo estilo o seconda prattica. ¿Podría alguien pensar hoy que la música de Monteverdi no es más que un arsenal de ruido disonante?


En tercer lugar, además de disfrutar y apreciar el arte es necesario entenderlo, comprenderlo en un doble sentido. Por un lado, es necesario conocer los elementos técnicos y conceptuales de una obra de arte: desde las teorías y técnicas de la disciplina específica con que se ha diseñado y producido la obra de arte; hasta los aspectos científicos y tecnológicos que estarían por detrás de determinada tonalidad o brillo de los colores, de ciertos movimientos del cuerpo, del balance de una escultura o los timbres peculiares de una pieza sonora.


Por otro lado, es indispensable entender el arte en su contexto: los aspectos históricos y biográficos que inevitablemente nos remiten a los determinantes individuales y sociales, políticos y culturales que rodean y explican – de nuevo, nunca de manera unívoca – toda obra de arte. Es imposible entender el arte de Diego Rivera y Frida Kahlo sin saber algo del México revolucionario en que vivían, sin saber algo de Trotski; pero no basta: hay que saber también algo sobre sus vidas personales, su intimidad, sus pasiones, sus destrezas, sus dolores, sus sueños. De todo eso surge su arte.


Ah... pero el arte es siempre una ruta de doble vía. Bien dice Umberto Eco que una obra de arte tiene tantas lecturas como lectores: sí, debemos entender el contexto social e individual de su origen pero, para saber por qué una obra de arte nos conmueve como nos conmueve – o por qué no – también tenemos que entender el momento en que la apreciamos y nuestra propia identidad, ya que es desde hoy y desde nosotros que esa obra nos habla. No, no es fácil la educación artística: es una educación histórica... para nuestro tiempo. Estudiar el arte no es otra cosa que estudiar la vida.


Pero no podemos limitarnos a que nuestra juventud disfrute, aprecie y comprenda el arte. Aspiramos, sobre todo, a que esto estimule y le permita, a cada joven, expresarse artísticamente. De nuevo, cuidado: estamos hablando de la secundaria y no pretendemos que cada estudiante sea “un artista” en el sentido tradicional del término, pero sí que cada quien se atreva y logre expresar en formas artísticas sus intereses y preocupaciones, sus pasiones y angustias, sus gustos y frustraciones, sus sueños, sus miedos, sus emociones y sus razones, de tal forma que, al hacerlo, más que convencernos, intente conmovernos, ya que si algo busca el arte es eso: conmover.


Disfrutar, apreciar, comprender y expresar: cuatro retos de la educación artística que, de lograr incorporarse con más sentido y fuerza en nuestros colegios, transformarían sin duda la enseñanza en esos centros y la vida de nuestra gente joven.


La enseñanza de la ética, la estética y la ciudadanía deben permear el currículo completo: los movimientos artísticos deben marcar los cursos de Estudios Sociales tanto o más que las batallas y las conquistas; la formación de los colores debe aparecer en la clase de química; las ondas deben sonar en la clase de física y las ecuaciones de matemática deben ilustrar la interacción de las notas en el pentagrama o, mejor, su vibración en las cuerdas de la guitarra. Más aún, la enseñanza de las artes – como la enseñanza de la ética o de la ciudadanía – tienen que salir del aula y llenar el colegio entero, volverlo un espacio agradable, un espacio de convivencia, un espacio que se disfruta y se siente propio, un espacio en el que la juventud construye su identidad de cara a sí misma y al mundo en que se encuentra.

lunes, 7 de diciembre de 2009

¡Porque les gusta!


Leonardo Garnier: La Nación 28/1/01


¿Por qué hablar abierta y tranquilamente sobre sexo con los jóvenes? Pues porque el sexo ¡les gusta! No sólo les gusta, sino que les interesa, les atrae, les preocupa, les provoca, les asusta. La sexualidad debe ser un tema cotidiano de nuestras conversaciones, un tema legítimo y aceptable para que los muchachos y muchachas lean, vean, hablen y piensen. De lo contrario, quedará relegada a los espacios prohibidos, censurados, escondidos, morbosos.

Siempre me ha asombrado esa mentalidad de avestruz con que enfrentamos este tema. Sabemos que el sexo está ahí, que es parte plena de nuestras vidas, que los muchachos y muchachas irán entrando de una forma u otra a la vida sexual. Pero evitamos hablar de ello, como si con el silencio quedáramos exonerados de toda culpa por lo que pueda pasar. Y ni qué decir de las posiciones que la mayor parte de las veces asume la Iglesia, para la que el sexo parece ser un mal necesario pero un mal al fin y al cabo: eso que hay que hacer para que la especie se reproduzca.


¿Cómo sorprendernos entonces de que a los muchachos les dé entre pereza y risa hablar de sexo con los adultos? Su vida está llena de sexo. Piensan, sienten, recuerdan, se ilusionan, se frustran y se ilusionan de nuevo con el sexo. Todo les habla de sexo. Hay sexo en las canciones, en las películas, en las revistas. Se habla de sexo en los recreos y a la salida de clase. Hay sexo en los papelitos que se pasan furtivos en clase. Hay sexo los fines de semana, sexo en el paseo, sexo en el baile. Hay sexo en el sueño. ¿Cómo ocultarlo?


Los seres humanos somos seres sexuados, y la vida sexual tiene múltiples manifestaciones, no se reduce al acto sexual o coito, que es lo que para muchos significa el sexo. Puede haber sexualidad en darse la mano, en cruzarse una mirada, en conversar usando la voz como caricia, en abrazarse, en el beso y el aprete. La vida sexual se relaciona con la simpatía, con la amistad, con la pasión, con el amor... y el desamor. La sexualidad joven es, además, una de las formas más intensas y bonitas de aprender sobre los demás y sobre nosotros mismos, sobre el amor y la amistad, sobre las pasiones, sobre el dolor y el sufrimiento, sobre el perdón y el respeto. Y eso la hace aún más interesante, más compleja y más riesgosa. Y como la vida misma, la vida sexual tiene que ser buena, tiene que gozarse, tiene que vivirse plenamente para enriquecernos y hacernos crecer.


Pero el sexo se relaciona además con la reproducción de la vida, lo que lo hace noble y maravilloso en un sentido que nos trasciende, que nos hace realmente otros. Este, sin embargo, es un sentido que también puede resultar trágico, como cuando, por desconocimiento o irresponsabilidad, el sexo produce enfermedad y muerte; o cuando nos reproduce irresponsablemente, sin amor, sin afecto, sin asumir la responsabilidad plena de la maternidad y paternidad. Sólo recordemos que, en nuestra América, los embarazos se han convertido en la principal causa de muerte para las muchachas de 15 a 19 años; y que hoy el SIDA es algo más que una enfermedad de transmisión sexual: es una sentencia de muerte.


Por eso, hablemos de sexo con los jóvenes. Que puedan verlo como un componente normal y agradable de sus vidas, como algo emocionante, algo serio, como parte de su propio desarrollo. Esto no es un llamado a la promiscuidad ni al desenfreno – como bien saben mis hijas. Pienso que en el sexo no debe haber apuro. Cuanto más tarde se llegue a la plena intimidad sexual, más se apreciará y se gozará cada paso, cada detalle, cada nueva sensación. También serán menores los riesgos emocionales, los riesgos de salud, los riesgos de embarazos precoces y no deseados. Despacio y con buena letra, decían antes, y esa parece seguir siendo una buena receta. Pero ir despacio no significa ir a escondidas, sino todo lo contrario: hablar mucho y muy seguido sobre sexo con los jóvenes, y que hablen mucho entre ellos.


Y sería bueno hablar de sexo también entre nosotros. Si los que ya no somos tan jóvenes queremos seguir viviendo plenamente, debiéramos recordar que el sexo es intenso y es sabroso, que es agradable, bonito y placentero. Que nos acerca al ser querido y que, si lo sabemos hacer, no sólo es inofensivo y seguro, sino saludable para el cuerpo y para el alma.



Sexo, amor y miedo


¿Qué cosa extraña será el amor para don Jorge Rossi, que no lo encontró en mi artículo sobre el sexo y los jóvenes? Y es que así fue como lo dijo: “al artículo le falta algo esencial, básico y fundamental en cuanto a la sexualidad y a todo en la vida: el amor”.


Revisé, asombrado, mi artículo... y allí estaba el amor. ¿Por qué no lo vio don Jorge? “La vida sexual se relaciona con la simpatía, con la amistad, con la pasión, con el amor... y el desamor”. ¿Por qué no lo vio? “La sexualidad joven es, además, una de las formas más intensas y bonitas de aprender sobre los demás y sobre nosotros mismos, sobre el amor y la amistad, sobre las pasiones, sobre el dolor y el sufrimiento, sobre el perdón y el respeto”. No lo vio. Y tampoco lo vio cuando dije que el sexo “nos acerca al ser querido y, si lo sabemos hacer, no sólo es inofensivo y seguro, sino saludable para el cuerpo y para el alma”. No, don Jorge no encontró el amor, aunque el artículo prevenía incluso contra ese sexo que “nos reproduce irresponsablemente, sin amor, sin afecto, sin asumir la responsabilidad plena de la paternidad”.


¿Por qué no vio el amor don Jorge? No lo sé. Tal vez porque, como muchos, piensa que, para ser bueno, el sexo sólo debe darse en el contexto de lo que él llama “el amor normal y legítimo adecuado a las necesidades familiares, orientado a la estabilidad y a todo lo agradable que tiene el matrimonio bien llevado”. Así, la sexualidad sólo tendría sentido cuando se orienta al matrimonio.


Lo que probablemente le molestó de mi artículo no fue, entonces, la ausencia del amor, sino la posibilidad de pensar en el sexo como algo que si bien encuentra una de sus mejores manifestaciones en el amor conyugal, no se puede reducir a él. Así como hay muchas formas de amor que no tienen relación alguna con el sexo, hay muchas manifestaciones de la vida sexual que no exigen, para ser buenas, el contexto del amor conyugal.


¿No hemos experimentado casi todos, en distintos momentos, una forma u otra de placer sexual, sin que estuviera necesariamente encaminada al matrimonio? Eso es normal, y no hay nada de malo en ello. El coqueteo es claramente sexual y estimulante, pero no tiene por qué haber amor en cada coqueteo. Son sexuales, hermosas y sanas las caricias de una pareja de jóvenes que se gustan, sin que tengan para ello que estar pensando ya en el matrimonio. Nos excitan muchas veces las escenas eróticas del buen arte, sin necesidad de caer en la vulgaridad o la pornografía. Pero tampoco hay amor de por medio. Y la masturbación, solitaria por naturaleza, no deja por eso de ser el normal disfrute de la propia sexualidad.


Creo, como don Jorge, que el amor es esencial, básico y fundamental. No le tengamos miedo al amor. Pero tampoco le tengamos miedo a la ternura, al afecto, a la caricia, al sexo. Y entendamos la riqueza que cada una de estas manifestaciones humanas encierra. No reduzcamos el sexo al coito, ni el amor al sexo. No nos resignemos a las visiones maniqueas que separan el cuerpo del alma y el alma del cuerpo, haciéndonos creer que es buena el alma y malo el cuerpo, santo el espíritu y perversa la carne, noble la razón y abominable la pasión. No es cierto. Un alma sin cuerpo, una carne sin espíritu, la pura razón abstracta, la pasión vacía... ninguna por sí mismas nos haría humanos. Somos todo eso a la vez, y más. Eso es lo que nos hace humanos: así fuimos creados. Por eso, liberémonos del miedo y arriesguémonos a vivir y a sentir plenamente. Amemos todo lo que podamos y no prediquemos falsas culpas, ni pretendamos que los muchachos sean buenos porque les inculcamos el miedo. Porque nunca el amor nació del miedo.


La Nación, 21/2/01

viernes, 4 de diciembre de 2009

Graffitis y poemas

“Las miradas se evaporan en el parpadeo de un planeta que deja de ser redondo”... así, como sin querer, este trozo de poema se nos mete entre los ojos cada vez que subimos por la avenida diez hacia Zapote o hacia San Pedro. Hace tiempo había pensado en escribir unas líneas sobre ese “graffiti” que, ilustrando, manchando o ensuciando esa pared esquinera, antes privada y ahora tan pública, ha despertado la curiosidad de muchos y ha avivado el gusto por la poesía más que tantos libros... ya que sólo buscan los libros de poesía quienes gustan de ella... pero el graffiti se nos mete entre los ojos... haciendo que mis hijas lo reciten de memoria y hasta que Isabel, la menor, me diga que ese es su poema favorito aunque, como nos ocurre siempre con los poemas, no termina de entender completamente su sentido.


Pero mientras yo sólo lo pensaba, mi amigo Enrique Góngora se dio a la tarea de llevar las miradas que se evaporan desde la pared pública de la poesía, hasta la página quince de La Nación. Sólo que a Enrique no le gustó el poema. Más aún aprovecha este inocente (¿lo será?) graffiti para arremeter contra lo que él llama “la poesía actual”. Según Enrique, su formación de matemático lo hace no comprar los libros y revistas en que esta aparece, y prefiere quedarse con sus clásicos. Pero como el graffiti no le permitió evitarlo, tuvo que leerlo y decir: “por mi parte, creo que no sería conveniente escribir en forma graffitosa un poema de Catulo o Goethe. Si un poema graffitoso puede considerarse como un irrespeto a la pared, un graffiti de un tal maestro podríamos considerar que es un irrespeto a él”.


No cabe aquí entrar en las razones o las sinrazones por las que Enrique rechaza desde el graffiti hasta la poesía actual. Sólo quisiera, por gusto más que por razones, ya que la poesía, como todo arte, entiende más de gustos y pasiones que de métricas y de razones, ofrecer un punto de vista discrepante, y tal vez, para algunos, discordante. La poesía no puede dejarnos impolutos. No puede dejar de conmovernos. No puede atravesarnos sin dejarnos una huella duradera. A la poesía no se puede ser indiferente. ¿Qué es poesía? ¿Qué es buena poesía? ¿Cuál de la poesía actual llegará, con la prueba del tiempo a ser considerada clásica? ¿Cuál de la poesía que Enrique hoy llama clásica fue, en su tiempo, tanto o más actual y ofensiva que el graffiti? No pretendo, ni puedo responder estas preguntas... pero puedo, y quiero preguntarlas, y que cada uno intente su respuesta, pero que no intente imponer la suya como nuestra.


Así, más que responder, lo único que puedo hacer es acumular trozos de lo que podría haber sido poema o graffiti, según el momento, según el medio, según el gusto de cada cual.


El cielo pesa lo mismo
que una cantera de piedra.
Sobre la piedra del mundo
son de piedra las estrellas...
y las miradas se evaporan...
la guitarra, hace llorar a los sueños.
El sollozo de las almas perdidas,
se escapa por su boca redonda...
en el parpadeo de un planeta
que deja de ser redondo.


De mi sangre saltó una estrella verde.
Y verdín, verdinal y verdolaga,
mayo estira su lluvia hasta diciembre
en el trópico verde... de un planeta...
Sobre un peñón de la costa
que bate el mar noche y día,
se alza gigante y sombría
ancha torre secular...
de un planeta que deja de ser redondo.


También yo soy indomable,
también yo soy intraducible,
yo hago resonar mi bárbaro aullido
sobre los techos del mundo...
que deja de ser redondo.


Llueve como si llorara
a raudales un ojo inmenso,
un ojo gris, desangrado,
pisoteado en el cielo... y las miradas,
las miradas se evaporan en el parpadeo...


La noche borra noches en tu rostro,
derrama aceites en tus secos párpados,
quema en tu frente el pensamiento
y atrás del pensamiento la memoria...
de un planeta que deja de ser redondo.


Así pues, esparcid por esta angosta casa de tablas
todo el ámbito de la creación en gran exceso,
e id, con velocidad prudente, desde el cielo,
pasando por el mundo hasta el infierno...
donde las miradas se evaporan.


Así, nuestro graffiti coexiste con los poetas, clásicos o actuales, poco importa, con Juan Ramón Jiménez y con Lorca, con Azofeifa y Gaspar Núñez; se mezcla con Whitman, con Miguel Hernández, con Octavio Paz, para cerrar con los versos mismos con que Goethe iniciara su potente Fausto. Todo, mientras las miradas se evaporan... en el parpadeo de un planeta que deja de ser redondo.


La Nación, 25/12/96

¿Me entiende?

Leonardo Garnier




-Rojitas, ¿cómo me explica esto... no le da vergüenza entregar un trabajo que no sería digno ni de un alumno de tercer año?


-Perdón don Manuel, seguro no entendí bien, bueno sí entendí pero no exactamente. Tal vez lo que usted quería era otra cosa...


-¡Otra cosa, otra cosa! Usted de verdad es más duro de entendedera que un bloque de granito egipcio. ¡Por supuesto que yo quería otra cosa! Y no es que la quería, es que la quiero... más bien, la necesito para hoy mismo en la tarde, así que usted vuelve a su oficina, toma esa cosa que lleva sobre los hombros y –como si tuviera neuronas en ella— ¡la usa! ¿Me entiende, Rojas?


-Sí señor, por supuesto señor, pero, bueno, no completamente porque ¿cómo le explico? No es que usted no haya sido suficientemente claro, usted siempre es claro, pero todavía no estoy seguro de qué es lo que usted quiere que yo haga y no quisiera...


Yo soy el que no quisiera despachurrarlo a usted como a una cucaracha, pero eso es precisamente lo que voy a hacer si no me trae antes del final del día ese trabajo exactamente como se lo pedí... ¿no ve que de la presentación que yo haga en la Junta de esta noche depende mi... el futuro de esta compañía? ¿Me entiende?


-Sí señor, como usted diga señor. Entonces lo que usted quiere es un documento serio, claro, conciso, que explique por qué no hay que hacer esa inversión, y que les demuestre que los estudios anteriores estaban mal hechos, bueno –qué digo— que no estaban tan bien hechos como pensábamos...


-¿Pero qué dice Rojas? ¿Está usted loco de remate? ¡Yo personalmente he estado impulsando ese negocio! ¿No se da cuenta de lo que esa compra significa para mi gestión? ¿No ve que con eso yo habría convertido a esta empresa en la más grande de la zona? ¡Eso es lo que los accionistas quieren, pedazo de crápula! Ah... por eso es que la gente como yo está donde estoy, y la gente como usted está... ahí ¿Me entiende, Rojas?


-Como usted diga señor, yo sólo trataba de hacer bien mi trabajo, bueno, tan bien como estuviera a mi alcance... perdone. Fue por eso que ayer, cuando revisé los datos, me extrañó un poco que no se hubiera tomado en cuenta el impacto de la baja de aranceles, porque eso podría sacar del negocio a esa empresa que se quiere comprar pero, claro, fue sólo una ocurrencia mía, algo debo haber pasado por alto... ¿qué se yo? En fin, al abuelo también le extrañó cuando lo conversamos anoche, pero ¿qué sabe un viejo contador de estas cosas? Ah... y por cierto señor, no es Rojas, es Rioja, más bien de la Rioja, como en el logo de la compañía... “De la Rioja”. Ya ve, supongo que no fue tan buena la idea del viejo, eso de empezar desde abajo en la empresa de la familia. O tal vez sí... ¿me entiende, don Manuel?

jueves, 26 de noviembre de 2009

Negro Circular

Leonardo Garnier

El negro cantaba tan bien
cuando lo rasgaban.
Sentía la uña adentrarse
en su piel
y escarbar en sus entrañas
hasta encontrar el canto.

Y entonces
él giraba
y cantaba.

De su alma negra salían,
sumisos,
todos los sonidos.

Del surco de su memoria,
mil veces recorrida y carrasposa,
viajaban los acordes, una y otra vez,
fluidos casi siempre,
pero también en trancos saltarines,
entrecortados y trabados,
hasta recibir el empuje
de la mano amiga
de su audiencia del momento.

Cantaba tan bien el negro
cuando lo rasgaban.
Cantaba alegre, a veces:
eufórico y catártico.
O cantaba triste, trágico,
con tono melancólico.

Cantaba con todas las voces,
con todos los sonidos,
este negro polifacétático.
Y bailaba rítmico, en ronda perenne,
negro brillante, negro musical,
negro recuerdo que endulzaba
nuestros dolores
y alimentaba nuestras pasiones.

Negro que nos tejió,
y repitió paciente tantas veces,
las mismas canciones infantiles.
Negro que tarareó con nosotros
las livianas melodías adolescentes
(que tan profundas se nos antojaban).
Negro que cantó la cumbia
y el merengue que bailamos.
Negro que nos envolvió en baladas
y nos consoló en lamentos.

Negro reggae, negro bolero,
negro salsa.
Negro Serrat, negro Sosa,
negro Parra.
Negro swing, negro jazz,
negro tango.
Negro Silvio, negro Janis,
negro Lennon.
Negro rockero, progresista,
subversivo.

Negro circular. Negro amigo,
cantor y poeta recurrente.
Como vino, se fue tu siglo.
Ya no hay casa para tu baile,
no hay brazo para abrazarte,
no hay uñas para rasgarte
en este mundo compacto.

Envuelto en celofanes arrugados,
y cubiertas gastadas de cartón.
Olvidado en cajas viejas
con gavetas atascadas,
o simplemente reclinado
tragando polvo entre otros
de tu raza y de tu temple.

Ya no hay negro que cante.
Pero siempre habrá
memoria en la memoria,
para el negro
cantor del siglo veinte.