domingo, 18 de julio de 2010

Educar para la ética, educar para el amor

Leonardo Garnier / Ministro de Educación Pública
Si bien hay que educar para las responsabilidades de la vida cotidiana, sabemos que eso no basta: debemos educar, sobre todo, para una vida buena y plena, una vida trascendente. Esto no es fácil en el mundo en que vivimos, un mundo incierto y cargado de temores, presiones y tentaciones que fácilmente nos empujan al egoísmo malsano, al engaño y la envidia; a la autocomplacencia, a buscar el éxito sin importar los medios y sin importar a quién lastimemos en el camino; en fin, un mundo en el que pareciera que todo se vale.

Frente a estos riesgos – lo hemos dicho muchas veces – debemos educar en la ética y en la estética, debemos educar para la convivencia. Nuestros jóvenes no pueden crecer sin criterios propios en un mundo en el que se diluyen el imperativo moral de luchar por aquello que es correcto o noble o el imperativo estético de expresarnos mediante creaciones artísticas que nos conmuevan.

Pero no es fácil educar en la ética. La ética no es algo que se pueda aprender como mera información, ni siquiera como conocimiento, sino como vivencia, como creencia, como convicción. No se aprende con discursos o sermones, sino mediante una metodología que enfrente a los muchachos con ‘dilemas éticos’ de todo tipo. La resolución de estos dilemas no puede ser antojadiza o casual, sino que debe incorporar la adquisición de conocimientos y la construcción de criterios éticos mediante procesos sistemáticos de investigación, reflexión y, sobre todo, deliberación.

Estos dilemas pueden encontrarse en cualquier lado: en los problemas que surgen diariamente en las aulas o los centros educativos; en la vida del barrio o la comunidad; en los periódicos o telenoticieros y, por supuesto, en el arte: ¿Quién mejor que Shakespeare para enfrentarnos con dramáticos dilemas éticos? ¿Cómo no angustiarse frente al Guernica? ¿Quién puede leer sin inmutarse Pedro y el Capitán, de Benedetti; o leer “Desgracia” de Coetzee sin sentir tirones en el alma? ¿Cómo no conmoverse con “Murámonos, Federico”?.

Hay prácticas que deben aprenderse y practicarse hasta que se vuelvan casi intuitivas: hacer lo correcto, hacer el bien, sentir en carne propia el dolor y la alegría ajenas, ser solidarios, disfrutar de la diversidad humana, en fin, ser buenos hermanos es algo que solo se aprende viviendo… y reflexionando sobre cómo vivimos. Pero cuidado, porque si algo es evidente para los estudiantes, es la falta de congruencia entre el discurso y la práctica: los jóvenes fácilmente detectan los “sepulcros blanqueados” que sientan cátedra moral en el aula mientras demuestran lo contrario con su vida y con sus hechos. Hay que predicar con el ejemplo y reflexionar sobre ello.

Finalmente, lo principal: entendamos que no se aprende a ser bueno por conveniencia ni por temor. La zanahoria y el garrote no son buenos instrumentos pedagógicos cuando se trata de sentimientos y valores, cuando se trata de construir criterios éticos, cuando se trata de aprender a hacer lo correcto. ¿Podemos aprender a ser buenos por la ambición del premio que nos espera… o por el miedo del castigo que nos impondrán si no lo somos? No, eso no funciona. Lamentablemente, muchos aún creen que sí… y así educan a nuestros jóvenes: pórtese bien y le doy una buena nota; pórtese mal y la boleta. Desde niños nos maleducan de esa forma: si te portás bien el Niño te traerá muchos regalos… si te portás mal te castigará dejándote sin nada. Así, muchos crecemos creyendo que hay que “ser buenos” porque finalmente eso nos traerá beneficios o premios… y que no hay que “ser malos” porque alguien se dará cuenta y nos castigará. Entendámoslo de una vez por todas: eso no es educación, es mero conductismo y su base no es la ética, ni la bondad, ni el amor, sino el egoísmo, la ambición y el miedo.

Queremos que nuestros jóvenes aprendan a ser buenos porque sí, que aprendan a hacer lo correcto porque sí: porque somos hermanos, porque somos humanos y, como tales, enormemente diversos pero intrínsecamente idénticos. Al convivir y descubrirse en los demás, nuestros jóvenes deben aprender a amar y a actuar en consecuencia. Amar sin condiciones, sin segundas intenciones, sin temores, sin esperar más recompensa que la satisfacción de sentir que se hizo lo correcto, la recompensa peculiar del amor que, como bien dijo San Pablo, no tiene envidia, no presume ni se engríe, no es maleducado ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Para eso debemos educar, así debemos educar. 

jueves, 4 de marzo de 2010

A usted las gracias

Leonardo Garnier     Presentación del Calendario Escolar 2010


Quiero aprovechar las páginas introductorias de este Calendario Escolar que irá a dar a las manos de cada docente – como usted – simplemente para eso: para darle a usted las gracias.

Cada uno de nosotros guarda un agradecimiento especial para algún maestro, alguna profesora, alguna directora u orientador que en determinado momento logró dejar una huella en nuestra vida de estudiantes. Alguien que nos motivó cuando estábamos a punto de aflojar y necesitábamos hacer un esfuerzo adicional. Alguien que pudo ver más allá de las notas y los deberes para entendernos como personas jóvenes en construcción, y supo darnos un buen consejo, reforzar nuestras fortalezas, atenuar nuestras flaquezas o, simplemente, servirnos de ejemplo... pues pocas cosas enseñan tanto como el ejemplo. En fin, alguien que logró hacer de la educación esa actividad integral que permite a cada niña y niño, a cada joven, aprender a pensar, aprender a vivir y aprender a convivir: en síntesis, aprender a ser.

Pero también debe existir un agradecimiento distinto: el agradecimiento de la sociedad hacia cada educador y educadora que, con su trabajo cotidiano, con su compromiso, con su estudio permanente, con su vocación traducida en hechos, logra convertirse en personaje indispensable para cada estudiante que pasa por sus manos, en esa peculiar travesía en que va construyéndose a sí misma como una persona íntegra, competente, audaz, solidaria, capaz de disfrutar la vida plenamente y siempre dispuesta a enfrentar la responsabilidad de crear, día a día, un mejor país, una mejor sociedad, un mundo mejor.


Es lo que pretenden ser estas palabras: ser un agradecimiento a cada docente que ha trabajado por hacerse indispensable.


Cada quien sabe cómo intentarlo. Cada quién intuirá hasta dónde lo está logrando. Cada quién sabrá distinguir cuáles son las mejores formas en que puede y debe constituirse en ese personaje indispensable que algún día será reconocido como inolvidable por aquellos jóvenes, cuando ya no lo sean tanto. Por eso, gracias.


Cada quien sabrá, también, cuándo y cómo puede haber flaqueado en este intento: cuándo nos quedamos cortos, cuándo no hicimos lo necesario, cuándo nos conformamos con lo que nos pareció suficiente, cuándo nos hicimos de la vista gorda, cuándo simplemente cumplimos... a pesar de que sabíamos que, en educación, cumplir nunca es suficiente. Por eso, por darse cuenta que en algún momento se ha fallado y, sobre todo, por ser capaz de reaccionar y retomar el sueño educativo de don Mauro, doña Emma, don Omar y tantos otros, gracias también.


Además – y esto en términos muy personales – gracias a usted que, durante estos años, me ha ayudado a ser parte de esta comunidad educativa. Me cuesta pensar en un trabajo mejor que el de ser Ministro de Educación; de hecho, solo se me ocurre uno: el de ser educador.


Nuestro paso por el Ministerio ha estado marcado por un objetivo claro: el de hacer una diferencia. Para ello – y sabiendo que en un tiempo limitado hay que tener unas pocas prioridades – elegimos la ruta de la educación integral que tan bien recoge nuestra Ley Fundamental de Educación. Hemos trabajado – junto con el Consejo Superior de Educación – por enfatizar que cada centro educativo debe aspirar a ser un centro educativo de calidad. Hemos reivindicado la importancia de una educación para la vida y la convivencia; por eso, sin desmerecer ni descuidar los esfuerzos por mejorar la calidad de nuestra educación académica y técnica, trabajamos con especial ahínco por recuperar y remozar la educación artística, la educación musical, la educación física y – por supuesto – la educación cívica que debe ser comprendida, sentida y vivida, no simplemente recitada.


La capacidad de pensar es un componente vital de todo sistema educativo. Pensar lógicamente, pensar críticamente, pensar apasionadamente. Pensar en diálogo constante con los otros – en los libros, en las aulas, en el cole y en la calle – es vital para que nuestro pensamiento sea también tolerante y capaz de construir en convivencia, en diversidad, en paz. Hemos dirigido a esto tanto esfuerzos curriculares que han modificado programas de asignaturas específicas, como esfuerzos dirigidos a transformar distintos espacios y momentos de la vida estudiantil: los festivales, los gobiernos estudiantiles, los encuentros y campamentos, y hasta la resolución de conflictos. Hemos abogado una y otra vez por desterrar el miedo de nuestros centros educativos, promoviendo el respeto y la responsabilidad para con los demás.


Dijimos que nuestro mayor reto era elevar la cobertura de secundaria, incomprensiblemente baja para un país como Costa Rica. Para ello, impulsamos una reforma en el Reglamento de Evaluación de los Aprendizajes, dirigida a frenar el fracaso y la repitencia innecesarios. Cualquier reforma de esta magnitud será polémica pero, lo cierto, es que Costa Rica no podía darse el lujo de seguir expulsando estudiantes del colegio por razones equivocadas. Sé que las nuevas reglas demandan un esfuerzo mayor de organización de la matrícula, de los horarios y del curso lectivo; pero, comparado con el escenario de estudiantes repitiendo asignaturas que ya habían aprobado o, peor, desertando por tener que repetir una vez más todo el año... estoy convencido que la reforma es sensata. Los primeros datos muestran, en efecto, que aumenta la matrícula y se eleva la cobertura en secundaria. Gracias por el esfuerzo de entender el sentido de esta reforma y contribuir a su consolidación.


Hemos invertido más. Todavía no lo suficiente, pero sí mucho más de lo que era tradicional invertir en educación. Esto ha permitido aumentar la cantidad de docentes creando también condiciones para su capacitación y desarrollo profesional. Se logró en conjunto con los gremios una mejora sustancial de la remuneración docente: algo que no solo es justo hoy sino que además contribuye a elevar la calidad de los docentes de mañana. Hemos reforzado los instrumentos de equidad – desde Avancemos hasta comedores y transporte – y se ha puesto un énfasis muy especial en la educación rural aunque, sin duda, sigue faltando mucho para garantizar la equidad educativa. Hemos mejorado los procesos y aumentado los recursos para la infraestructura y el equipamiento educativo pero, sobre todo, hemos diseñado los instrumentos que, en adelante, permitirán romper este trágico cuello de botella.


Finalmente, hemos impulsado una reforma institucional de oficinas centrales y direcciones regionales que, difícil como son siempre estos procesos, ha tenido objetivos claros: avanzar hacia una estructura menos centralizada y fragmentada, hacia una estructura más orientada a los procesos y los productos; y, sobre todo, una estructura que – poco a poco – nos permita entender que todo nuestro trabajo tiene sentido solamente cuando se traduce en mejoras al nivel de los centros educativos, que es donde hacemos realidad la educación. Todo ese gran aparato al que solemos llamar “MEP” es un aparato – un dinosaurio, habíamos dicho – cuyo único sentido es el de apoyar el trabajo de cada docente quien, a su vez, tiene como única razón de ser, la mejor educación de sus estudiantes.


Si en algo hemos contribuido a que el MEP se mueva en esa dirección, a que el MEP sea una institución que está un poco más en función de los centros educativos, de los docentes, de los estudiantes y de una educación que – como dije – les permita aprender a pensar, aprender a vivir, aprender a convivir... entonces, podremos estar contentos.


Una vez más, nuestro principal agradecimiento va para usted que nos acompañó y motivó a lo largo de esta aventura.

lunes, 11 de enero de 2010

Educación artística: educación para la vida


Leonardo Garnier / Ministro de Educación, Costa Rica


Hace ya casi cuarenta años, cuando José Figueres impulsaba la creación de la Orquesta Sinfónica Nacional, la Sinfónica Juvenil y la Infantil, se dio una discusión que tal vez hoy parecería bizarra: se alzaron las voces contra ese despilfarro de dinero: ¡lo que el país necesitaba era producir!” –se dijo. En lo mejor del debate, y mientras visitaba un gran lote de tractores recién llegados a Costa Rica, don Pepe pronunció una simple frase que acabó de una vez por todas con el debate: “¿Para qué tractores sin violines?” – dijo.
Y entendimos.


¿Para qué educar?

Debemos educar – por supuesto – para la convivencia eficiente, útil y práctica del mundo del trabajo, del comercio o del consumo. Pero también debemos educar para la vida plena y trascendente que surge de la convivencia solidaria, del afecto desinteresado, de la responsabilidad con el medio y de la expresión de nuestros sentimientos. Debemos educar para la vida.


Pero vivimos en un mundo incierto en el que pareciera que todo se vale; y en el que se vuelve casi indistinguible lo que vale más de lo que vale menos; en un mundo en el que prevalece el miedo. En ese contexto, ¿qué significa educar para la vida? Frente a la incertidumbre, nos dice Savater , la humanidad debe aferrarse a esas grandes fuerzas que la han guiado a lo largo de su historia: la ética y la estética.


Nuestros jóvenes no pueden crecer sin criterios propios en un mundo en el que se diluyen el imperativo moral de luchar por aquello que es humanamente correcto o noble o el imperativo estético de expresarnos mediante creaciones artísticas que nos conmuevan. Pero cuidado: no podemos educar ni en los valores inmutables de los conservadores ni en la cómoda ambigüedad de los relativistas, sino en la búsqueda de qué es lo que nos permite vivir juntos, con respeto, con simpatía, con solidaridad, con afecto, con gusto; reconociéndonos y aceptándonos en nuestra diversidad.


Educamos para cultivar esa parte de nuestra naturaleza humana que no viene inscrita en el código genético, sino en nuestra historia. Educamos para la cultura, para los derechos humanos y para eso que hemos llamado un ‘desarrollo sostenible’. Educamos para el ejercicio crítico pero sensato – o sensato pero crítico – de la ciudadanía democrática. Educamos para identificar y enfrentar la injusticia y para cerrar esas brechas que nos separan. Educamos para asimilar las nociones más abstractas del pensamiento, para entender y disfrutar las formas más sublimes del arte, así como para manejarnos en los aspectos más triviales pero indispensables de la vida cotidiana: cambiar un fusible, abrir una cuenta bancaria, reparar una silla rota, hacer un ruedo, instalar la computadora, pegar un botón.


Finalmente, educamos contra la superstición y la tiranía, que suelen alimentarse mutuamente; educamos para que prevalezcan la memoria, el afecto y la razón, de manera que no se repitan los errores del pasado.


Ética, estética y ciudadanía


De eso trata un proyecto que impulsamos en Costa Rica, al que hemos llamado “Ética, estética y ciudadanía”.


La ética no es algo que se pueda aprender como mera información, ni siquiera como conocimiento, sino como vivencia, como creencia, como convicción. No se aprende con sermones o discursos, sino mediante una metodología que enfrente a los muchachos con ‘dilemas éticos’ de todo tipo. La resolución de estos dilemas no puede ser antojadiza o casual, sino que debe incorporar la adquisición de conocimientos y la construcción de criterios éticos mediante procesos sistemáticos de investigación, reflexión y, sobre todo, deliberación.


Estos dilemas pueden encontrarse en cualquier lado: en los problemas mismos que surgen diariamente en las aulas o los centros educativos; en la vida del barrio o la comunidad; en los periódicos o telenoticieros... o, por supuesto, en el arte: ¿quién mejor que Shakespeare – en el Mercader de Venecia, por ejemplo – para enfrentarnos con dramáticos dilemas éticos? ¿Cómo no angustiarse frente al Guernica? ¿Quién puede leer sin inmutarse Pedro y el Capitán, del maestro Benedetti; o leer “Desgracia” de Coetzee sin sentir tirones en el alma?


Enfrentar dilemas éticos recurriendo al arte es un instrumento poderoso, pero exigente. Si algo es evidente para los estudiantes es la falta de congruencia entre el discurso y la práctica: un discurso cargado de ética y valores ciudadanos acompañado de una práctica autoritaria... simplemente no funciona con los jóvenes. La responsabilidad y los derechos solo se aprenden cuando su conceptualización va acompañada de la práctica y la práctica se conceptualiza. Hay prácticas que deben aprenderse y practicarse – valga la redundancia – hasta que se vuelvan casi intuitivas: el sentir democrático.


Cuatro objetivos de la educación artística en secundaria


Con respecto a la enseñanza de las artes, nuestra educación debe lograr al menos cuatro grandes objetivos: el gozo, la apreciación, la comprensión y la expresión.


En primer lugar, queremos que las y los estudiantes disfruten del arte: ¡simplemente que lo gocen! Decirlo es fácil, pero nos hemos acostumbrado tanto a hacerlos sufrir el arte, repetir el arte, cumplir con el arte... o no hacer nada y aburrirse con el arte, que no siempre es fácil regresar a ese objetivo tan obvio de sentir aquello que se hizo para ser intensamente sentido.


La realidad, sin embargo, es a veces descorazonadora y hasta un objetivo tan modesto topará con problemas, como ocurre tantas veces en nuestras escuelas y colegios, donde se muestra un cuadro, se escucha una pieza musical o se hace leer una novela solamente para preguntar luego por algún párrafo, alguna fecha o cierto detalle técnico de la obra, sin dejar espacio siquiera para que un estudiante se permita olvidarlo todo y dejarse llevar por la pasión. ¿Se imaginan leer Hamlet para que luego nos pregunten por el número del capítulo en que muere Ofelia?


En segundo lugar, hay que complementar el disfrute con la apreciación, que no es lo mismo. Apreciar incorpora elementos de valoración, criterios de calidad y gusto que, si bien no tienen por qué ser rígidos ni únicos – y mucho menos encasillar el arte en géneros ‘mejores’ o ‘peores’ – sí tienen que permitir a cada quien valorar las obras de arte que tiene ante sí y distinguir, dentro de cada género, por qué considera que unas puedan ser más o menos valoradas con respecto a otras: unas pueden gustarle más o menos que otras... o no gustarle del todo, aunque algún experto insista en que deberían gustarle. Incluso poder decir sí, esta obra es superior a aquella pero, a mí, me gusta más aquella y, ojalá, tener argumentos que les permitan entender por qué.


No toda manifestación artística tiene el mismo valor, pero el valor artístico no es algo que venga preestablecido en los manuales inmutables del criterio estético. El arte evoluciona por caminos misteriosos y apasionantes en los que nuevos criterios estéticos surgen a veces agregándose, a veces destruyendo los anteriores. Una actitud de discernimiento y apertura se vuelve fundamental para no caer en los absurdos extremos que rechazan todo lo viejo o todo lo nuevo. En particular – sobre todo porque somos educadores – tengamos cuidado con la descalificación de lo nuevo (¡ésa música que oyen los jóvenes!) porque podríamos estar descalificando los cánones del arte del mañana – como ya ha ocurrido. Veamos lo que se ha dicho sobre los compositores modernos, y cito:

"Tales compositores, en mi opinión, no tienen más que humo en sus cabezas si están tan infatuados con sí mismos como para creer que pueden corromper, abolir y arruinar a voluntad las reglas de oro que nos han heredado los tiempos (...) Hemos llegado al punto del absurdo, pero aún así es posible que estos compositores modernos encuentren un camino para hacer pasar la disonancia por consonancia y viceversa (...). Para estos compositores basta montar un enorme rugido de sonido, una confusión absurda, un arsenal de defectos..."

Eso se dijo hace no pocos años – allá por los 1600 – sobre Claudio Monteverdi, transformador de la música del Renacimiento desde el viejo estilo o prima prattica al nuevo estilo o seconda prattica. ¿Podría alguien pensar hoy que la música de Monteverdi no es más que un arsenal de ruido disonante?


En tercer lugar, además de disfrutar y apreciar el arte es necesario entenderlo, comprenderlo en un doble sentido. Por un lado, es necesario conocer los elementos técnicos y conceptuales de una obra de arte: desde las teorías y técnicas de la disciplina específica con que se ha diseñado y producido la obra de arte; hasta los aspectos científicos y tecnológicos que estarían por detrás de determinada tonalidad o brillo de los colores, de ciertos movimientos del cuerpo, del balance de una escultura o los timbres peculiares de una pieza sonora.


Por otro lado, es indispensable entender el arte en su contexto: los aspectos históricos y biográficos que inevitablemente nos remiten a los determinantes individuales y sociales, políticos y culturales que rodean y explican – de nuevo, nunca de manera unívoca – toda obra de arte. Es imposible entender el arte de Diego Rivera y Frida Kahlo sin saber algo del México revolucionario en que vivían, sin saber algo de Trotski; pero no basta: hay que saber también algo sobre sus vidas personales, su intimidad, sus pasiones, sus destrezas, sus dolores, sus sueños. De todo eso surge su arte.


Ah... pero el arte es siempre una ruta de doble vía. Bien dice Umberto Eco que una obra de arte tiene tantas lecturas como lectores: sí, debemos entender el contexto social e individual de su origen pero, para saber por qué una obra de arte nos conmueve como nos conmueve – o por qué no – también tenemos que entender el momento en que la apreciamos y nuestra propia identidad, ya que es desde hoy y desde nosotros que esa obra nos habla. No, no es fácil la educación artística: es una educación histórica... para nuestro tiempo. Estudiar el arte no es otra cosa que estudiar la vida.


Pero no podemos limitarnos a que nuestra juventud disfrute, aprecie y comprenda el arte. Aspiramos, sobre todo, a que esto estimule y le permita, a cada joven, expresarse artísticamente. De nuevo, cuidado: estamos hablando de la secundaria y no pretendemos que cada estudiante sea “un artista” en el sentido tradicional del término, pero sí que cada quien se atreva y logre expresar en formas artísticas sus intereses y preocupaciones, sus pasiones y angustias, sus gustos y frustraciones, sus sueños, sus miedos, sus emociones y sus razones, de tal forma que, al hacerlo, más que convencernos, intente conmovernos, ya que si algo busca el arte es eso: conmover.


Disfrutar, apreciar, comprender y expresar: cuatro retos de la educación artística que, de lograr incorporarse con más sentido y fuerza en nuestros colegios, transformarían sin duda la enseñanza en esos centros y la vida de nuestra gente joven.


La enseñanza de la ética, la estética y la ciudadanía deben permear el currículo completo: los movimientos artísticos deben marcar los cursos de Estudios Sociales tanto o más que las batallas y las conquistas; la formación de los colores debe aparecer en la clase de química; las ondas deben sonar en la clase de física y las ecuaciones de matemática deben ilustrar la interacción de las notas en el pentagrama o, mejor, su vibración en las cuerdas de la guitarra. Más aún, la enseñanza de las artes – como la enseñanza de la ética o de la ciudadanía – tienen que salir del aula y llenar el colegio entero, volverlo un espacio agradable, un espacio de convivencia, un espacio que se disfruta y se siente propio, un espacio en el que la juventud construye su identidad de cara a sí misma y al mundo en que se encuentra.