lunes, 7 de diciembre de 2009

¡Porque les gusta!


Leonardo Garnier: La Nación 28/1/01


¿Por qué hablar abierta y tranquilamente sobre sexo con los jóvenes? Pues porque el sexo ¡les gusta! No sólo les gusta, sino que les interesa, les atrae, les preocupa, les provoca, les asusta. La sexualidad debe ser un tema cotidiano de nuestras conversaciones, un tema legítimo y aceptable para que los muchachos y muchachas lean, vean, hablen y piensen. De lo contrario, quedará relegada a los espacios prohibidos, censurados, escondidos, morbosos.

Siempre me ha asombrado esa mentalidad de avestruz con que enfrentamos este tema. Sabemos que el sexo está ahí, que es parte plena de nuestras vidas, que los muchachos y muchachas irán entrando de una forma u otra a la vida sexual. Pero evitamos hablar de ello, como si con el silencio quedáramos exonerados de toda culpa por lo que pueda pasar. Y ni qué decir de las posiciones que la mayor parte de las veces asume la Iglesia, para la que el sexo parece ser un mal necesario pero un mal al fin y al cabo: eso que hay que hacer para que la especie se reproduzca.


¿Cómo sorprendernos entonces de que a los muchachos les dé entre pereza y risa hablar de sexo con los adultos? Su vida está llena de sexo. Piensan, sienten, recuerdan, se ilusionan, se frustran y se ilusionan de nuevo con el sexo. Todo les habla de sexo. Hay sexo en las canciones, en las películas, en las revistas. Se habla de sexo en los recreos y a la salida de clase. Hay sexo en los papelitos que se pasan furtivos en clase. Hay sexo los fines de semana, sexo en el paseo, sexo en el baile. Hay sexo en el sueño. ¿Cómo ocultarlo?


Los seres humanos somos seres sexuados, y la vida sexual tiene múltiples manifestaciones, no se reduce al acto sexual o coito, que es lo que para muchos significa el sexo. Puede haber sexualidad en darse la mano, en cruzarse una mirada, en conversar usando la voz como caricia, en abrazarse, en el beso y el aprete. La vida sexual se relaciona con la simpatía, con la amistad, con la pasión, con el amor... y el desamor. La sexualidad joven es, además, una de las formas más intensas y bonitas de aprender sobre los demás y sobre nosotros mismos, sobre el amor y la amistad, sobre las pasiones, sobre el dolor y el sufrimiento, sobre el perdón y el respeto. Y eso la hace aún más interesante, más compleja y más riesgosa. Y como la vida misma, la vida sexual tiene que ser buena, tiene que gozarse, tiene que vivirse plenamente para enriquecernos y hacernos crecer.


Pero el sexo se relaciona además con la reproducción de la vida, lo que lo hace noble y maravilloso en un sentido que nos trasciende, que nos hace realmente otros. Este, sin embargo, es un sentido que también puede resultar trágico, como cuando, por desconocimiento o irresponsabilidad, el sexo produce enfermedad y muerte; o cuando nos reproduce irresponsablemente, sin amor, sin afecto, sin asumir la responsabilidad plena de la maternidad y paternidad. Sólo recordemos que, en nuestra América, los embarazos se han convertido en la principal causa de muerte para las muchachas de 15 a 19 años; y que hoy el SIDA es algo más que una enfermedad de transmisión sexual: es una sentencia de muerte.


Por eso, hablemos de sexo con los jóvenes. Que puedan verlo como un componente normal y agradable de sus vidas, como algo emocionante, algo serio, como parte de su propio desarrollo. Esto no es un llamado a la promiscuidad ni al desenfreno – como bien saben mis hijas. Pienso que en el sexo no debe haber apuro. Cuanto más tarde se llegue a la plena intimidad sexual, más se apreciará y se gozará cada paso, cada detalle, cada nueva sensación. También serán menores los riesgos emocionales, los riesgos de salud, los riesgos de embarazos precoces y no deseados. Despacio y con buena letra, decían antes, y esa parece seguir siendo una buena receta. Pero ir despacio no significa ir a escondidas, sino todo lo contrario: hablar mucho y muy seguido sobre sexo con los jóvenes, y que hablen mucho entre ellos.


Y sería bueno hablar de sexo también entre nosotros. Si los que ya no somos tan jóvenes queremos seguir viviendo plenamente, debiéramos recordar que el sexo es intenso y es sabroso, que es agradable, bonito y placentero. Que nos acerca al ser querido y que, si lo sabemos hacer, no sólo es inofensivo y seguro, sino saludable para el cuerpo y para el alma.



Sexo, amor y miedo


¿Qué cosa extraña será el amor para don Jorge Rossi, que no lo encontró en mi artículo sobre el sexo y los jóvenes? Y es que así fue como lo dijo: “al artículo le falta algo esencial, básico y fundamental en cuanto a la sexualidad y a todo en la vida: el amor”.


Revisé, asombrado, mi artículo... y allí estaba el amor. ¿Por qué no lo vio don Jorge? “La vida sexual se relaciona con la simpatía, con la amistad, con la pasión, con el amor... y el desamor”. ¿Por qué no lo vio? “La sexualidad joven es, además, una de las formas más intensas y bonitas de aprender sobre los demás y sobre nosotros mismos, sobre el amor y la amistad, sobre las pasiones, sobre el dolor y el sufrimiento, sobre el perdón y el respeto”. No lo vio. Y tampoco lo vio cuando dije que el sexo “nos acerca al ser querido y, si lo sabemos hacer, no sólo es inofensivo y seguro, sino saludable para el cuerpo y para el alma”. No, don Jorge no encontró el amor, aunque el artículo prevenía incluso contra ese sexo que “nos reproduce irresponsablemente, sin amor, sin afecto, sin asumir la responsabilidad plena de la paternidad”.


¿Por qué no vio el amor don Jorge? No lo sé. Tal vez porque, como muchos, piensa que, para ser bueno, el sexo sólo debe darse en el contexto de lo que él llama “el amor normal y legítimo adecuado a las necesidades familiares, orientado a la estabilidad y a todo lo agradable que tiene el matrimonio bien llevado”. Así, la sexualidad sólo tendría sentido cuando se orienta al matrimonio.


Lo que probablemente le molestó de mi artículo no fue, entonces, la ausencia del amor, sino la posibilidad de pensar en el sexo como algo que si bien encuentra una de sus mejores manifestaciones en el amor conyugal, no se puede reducir a él. Así como hay muchas formas de amor que no tienen relación alguna con el sexo, hay muchas manifestaciones de la vida sexual que no exigen, para ser buenas, el contexto del amor conyugal.


¿No hemos experimentado casi todos, en distintos momentos, una forma u otra de placer sexual, sin que estuviera necesariamente encaminada al matrimonio? Eso es normal, y no hay nada de malo en ello. El coqueteo es claramente sexual y estimulante, pero no tiene por qué haber amor en cada coqueteo. Son sexuales, hermosas y sanas las caricias de una pareja de jóvenes que se gustan, sin que tengan para ello que estar pensando ya en el matrimonio. Nos excitan muchas veces las escenas eróticas del buen arte, sin necesidad de caer en la vulgaridad o la pornografía. Pero tampoco hay amor de por medio. Y la masturbación, solitaria por naturaleza, no deja por eso de ser el normal disfrute de la propia sexualidad.


Creo, como don Jorge, que el amor es esencial, básico y fundamental. No le tengamos miedo al amor. Pero tampoco le tengamos miedo a la ternura, al afecto, a la caricia, al sexo. Y entendamos la riqueza que cada una de estas manifestaciones humanas encierra. No reduzcamos el sexo al coito, ni el amor al sexo. No nos resignemos a las visiones maniqueas que separan el cuerpo del alma y el alma del cuerpo, haciéndonos creer que es buena el alma y malo el cuerpo, santo el espíritu y perversa la carne, noble la razón y abominable la pasión. No es cierto. Un alma sin cuerpo, una carne sin espíritu, la pura razón abstracta, la pasión vacía... ninguna por sí mismas nos haría humanos. Somos todo eso a la vez, y más. Eso es lo que nos hace humanos: así fuimos creados. Por eso, liberémonos del miedo y arriesguémonos a vivir y a sentir plenamente. Amemos todo lo que podamos y no prediquemos falsas culpas, ni pretendamos que los muchachos sean buenos porque les inculcamos el miedo. Porque nunca el amor nació del miedo.


La Nación, 21/2/01

viernes, 4 de diciembre de 2009

Graffitis y poemas

“Las miradas se evaporan en el parpadeo de un planeta que deja de ser redondo”... así, como sin querer, este trozo de poema se nos mete entre los ojos cada vez que subimos por la avenida diez hacia Zapote o hacia San Pedro. Hace tiempo había pensado en escribir unas líneas sobre ese “graffiti” que, ilustrando, manchando o ensuciando esa pared esquinera, antes privada y ahora tan pública, ha despertado la curiosidad de muchos y ha avivado el gusto por la poesía más que tantos libros... ya que sólo buscan los libros de poesía quienes gustan de ella... pero el graffiti se nos mete entre los ojos... haciendo que mis hijas lo reciten de memoria y hasta que Isabel, la menor, me diga que ese es su poema favorito aunque, como nos ocurre siempre con los poemas, no termina de entender completamente su sentido.


Pero mientras yo sólo lo pensaba, mi amigo Enrique Góngora se dio a la tarea de llevar las miradas que se evaporan desde la pared pública de la poesía, hasta la página quince de La Nación. Sólo que a Enrique no le gustó el poema. Más aún aprovecha este inocente (¿lo será?) graffiti para arremeter contra lo que él llama “la poesía actual”. Según Enrique, su formación de matemático lo hace no comprar los libros y revistas en que esta aparece, y prefiere quedarse con sus clásicos. Pero como el graffiti no le permitió evitarlo, tuvo que leerlo y decir: “por mi parte, creo que no sería conveniente escribir en forma graffitosa un poema de Catulo o Goethe. Si un poema graffitoso puede considerarse como un irrespeto a la pared, un graffiti de un tal maestro podríamos considerar que es un irrespeto a él”.


No cabe aquí entrar en las razones o las sinrazones por las que Enrique rechaza desde el graffiti hasta la poesía actual. Sólo quisiera, por gusto más que por razones, ya que la poesía, como todo arte, entiende más de gustos y pasiones que de métricas y de razones, ofrecer un punto de vista discrepante, y tal vez, para algunos, discordante. La poesía no puede dejarnos impolutos. No puede dejar de conmovernos. No puede atravesarnos sin dejarnos una huella duradera. A la poesía no se puede ser indiferente. ¿Qué es poesía? ¿Qué es buena poesía? ¿Cuál de la poesía actual llegará, con la prueba del tiempo a ser considerada clásica? ¿Cuál de la poesía que Enrique hoy llama clásica fue, en su tiempo, tanto o más actual y ofensiva que el graffiti? No pretendo, ni puedo responder estas preguntas... pero puedo, y quiero preguntarlas, y que cada uno intente su respuesta, pero que no intente imponer la suya como nuestra.


Así, más que responder, lo único que puedo hacer es acumular trozos de lo que podría haber sido poema o graffiti, según el momento, según el medio, según el gusto de cada cual.


El cielo pesa lo mismo
que una cantera de piedra.
Sobre la piedra del mundo
son de piedra las estrellas...
y las miradas se evaporan...
la guitarra, hace llorar a los sueños.
El sollozo de las almas perdidas,
se escapa por su boca redonda...
en el parpadeo de un planeta
que deja de ser redondo.


De mi sangre saltó una estrella verde.
Y verdín, verdinal y verdolaga,
mayo estira su lluvia hasta diciembre
en el trópico verde... de un planeta...
Sobre un peñón de la costa
que bate el mar noche y día,
se alza gigante y sombría
ancha torre secular...
de un planeta que deja de ser redondo.


También yo soy indomable,
también yo soy intraducible,
yo hago resonar mi bárbaro aullido
sobre los techos del mundo...
que deja de ser redondo.


Llueve como si llorara
a raudales un ojo inmenso,
un ojo gris, desangrado,
pisoteado en el cielo... y las miradas,
las miradas se evaporan en el parpadeo...


La noche borra noches en tu rostro,
derrama aceites en tus secos párpados,
quema en tu frente el pensamiento
y atrás del pensamiento la memoria...
de un planeta que deja de ser redondo.


Así pues, esparcid por esta angosta casa de tablas
todo el ámbito de la creación en gran exceso,
e id, con velocidad prudente, desde el cielo,
pasando por el mundo hasta el infierno...
donde las miradas se evaporan.


Así, nuestro graffiti coexiste con los poetas, clásicos o actuales, poco importa, con Juan Ramón Jiménez y con Lorca, con Azofeifa y Gaspar Núñez; se mezcla con Whitman, con Miguel Hernández, con Octavio Paz, para cerrar con los versos mismos con que Goethe iniciara su potente Fausto. Todo, mientras las miradas se evaporan... en el parpadeo de un planeta que deja de ser redondo.


La Nación, 25/12/96

¿Me entiende?

Leonardo Garnier




-Rojitas, ¿cómo me explica esto... no le da vergüenza entregar un trabajo que no sería digno ni de un alumno de tercer año?


-Perdón don Manuel, seguro no entendí bien, bueno sí entendí pero no exactamente. Tal vez lo que usted quería era otra cosa...


-¡Otra cosa, otra cosa! Usted de verdad es más duro de entendedera que un bloque de granito egipcio. ¡Por supuesto que yo quería otra cosa! Y no es que la quería, es que la quiero... más bien, la necesito para hoy mismo en la tarde, así que usted vuelve a su oficina, toma esa cosa que lleva sobre los hombros y –como si tuviera neuronas en ella— ¡la usa! ¿Me entiende, Rojas?


-Sí señor, por supuesto señor, pero, bueno, no completamente porque ¿cómo le explico? No es que usted no haya sido suficientemente claro, usted siempre es claro, pero todavía no estoy seguro de qué es lo que usted quiere que yo haga y no quisiera...


Yo soy el que no quisiera despachurrarlo a usted como a una cucaracha, pero eso es precisamente lo que voy a hacer si no me trae antes del final del día ese trabajo exactamente como se lo pedí... ¿no ve que de la presentación que yo haga en la Junta de esta noche depende mi... el futuro de esta compañía? ¿Me entiende?


-Sí señor, como usted diga señor. Entonces lo que usted quiere es un documento serio, claro, conciso, que explique por qué no hay que hacer esa inversión, y que les demuestre que los estudios anteriores estaban mal hechos, bueno –qué digo— que no estaban tan bien hechos como pensábamos...


-¿Pero qué dice Rojas? ¿Está usted loco de remate? ¡Yo personalmente he estado impulsando ese negocio! ¿No se da cuenta de lo que esa compra significa para mi gestión? ¿No ve que con eso yo habría convertido a esta empresa en la más grande de la zona? ¡Eso es lo que los accionistas quieren, pedazo de crápula! Ah... por eso es que la gente como yo está donde estoy, y la gente como usted está... ahí ¿Me entiende, Rojas?


-Como usted diga señor, yo sólo trataba de hacer bien mi trabajo, bueno, tan bien como estuviera a mi alcance... perdone. Fue por eso que ayer, cuando revisé los datos, me extrañó un poco que no se hubiera tomado en cuenta el impacto de la baja de aranceles, porque eso podría sacar del negocio a esa empresa que se quiere comprar pero, claro, fue sólo una ocurrencia mía, algo debo haber pasado por alto... ¿qué se yo? En fin, al abuelo también le extrañó cuando lo conversamos anoche, pero ¿qué sabe un viejo contador de estas cosas? Ah... y por cierto señor, no es Rojas, es Rioja, más bien de la Rioja, como en el logo de la compañía... “De la Rioja”. Ya ve, supongo que no fue tan buena la idea del viejo, eso de empezar desde abajo en la empresa de la familia. O tal vez sí... ¿me entiende, don Manuel?