miércoles, 2 de septiembre de 2009

Twitter, twit... siempre la palabra

Leonardo Garnier http://twitter.com/leonardogarnier

No hay duda de que, al menos tecnológicamente, vivimos tiempos nuevos. Nuevos en muchos sentidos pero, sobre todo, en términos de nuestra comunicación. ¿Se acuerdan la época de las cartas? Sentarse con un bolígrafo (esos todavía existen) y volcar nuestros sentimientos o pensamientos en un papel, doblarlo cuidadosamente, primero a la mitad, luego en tercios para que cupiera bien en el sobre, del que humedecemos la goma prevista para cerrarlo (ojalá con sabor a menta, pero no siempre). Estampillas – indispensables – y al correo. A partir de ese momento, esperar. Una, dos semanas mientras la carta hace su travesía. Imaginar el momento en que es recibida ¿con ilusión, con angustia, con desdén? ...leída ¿lenta o velozmente? hasta ser finalmente contestada – al menos uno espera – y sometida al mismo rito hasta llegar de vuelta a nosotros ¿cuatro, ocho semanas después?

Tenía su encanto. Eran cartas de todo tipo. Notas de negocios. Cartas de amor. Mensajes para amistades desconocidas – pen pals – que desde otro país hacían amistad con nosotros sin habernos nunca conocido pero que con el tiempo, el papel y la tinta se nos volvían familiares. Cartas al amigo lejano. A los tatas cuando era uno el que estaba lejos. Cartas lentas, de papel, sobre y estampilla... y tiempo, todo el tiempo del mundo para ir y regresar en su recíproca. Tomaba tiempo escribirlas y era tanto el tiempo que tardaba luego su periplo, que las cartas eran casi siempre largas epístolas: varias páginas podían ir cuidadosamente dobladas en el sobre (por eso era bueno aquel papel cebolla, pues las estampillas eran caras).

De pronto, llegaron ellos: nuevos, rápidos ¿qué digo rápidos? ¡Instantáneos correos electrónicos! Sin bolígrafo ni papel ni goma ni estampillas: teclado y monitor nos permiten clac clac clac digitar nuestros sentimientos y pensamientos – en esto nada cambia – y, sin tachones ni borrones, que para eso está el “delete”, ponen frente a nosotros, listo para el envío, ese nuevo formato de la vieja carta, el ubicuo “e-mail”... que luego de un clic para el “send” se nos pierde de vista y sin que sepamos muy bien cómo (antes sí sabíamos: pasaba el cartero por el buzón de la esquina y) pero rápido, mucho más rápido que antes, son transformados y trasladados por el nuevo cartero virtual hasta una pantalla lejana en la que, como las viejas cartas, será leído y sentido y pensado; ojalá, claro... respondido pero, a veces, simplemente borrado y enviado sin pena ni gloria al basurero virtual. Así, un sinnúmero de unos y ceros se entrelazan de las formas más peculiares para sustituir y acelerar casi hasta lo imposible nuestra comunicación. ¿Y saben qué? ¡Tiene su encanto!

Es cierto, en el proceso hay una pérdida ¿cómo no? Pero, también y sin duda hay una ganancia. En todo caso, es distinto pero es igual: permanece el encanto – abreviado pero no disminuido – de enviar y, sobre todo, de recibir la palabra ajena con todo lo que la palabra puede transportar, independientemente del color de la tinta o el color que los unos y ceros le pongan al “font” de los mensajes recibidos. Tan se mantiene el encanto, que sentimos la desazón ¿no es así? cuando hacemos clic en “send-receive” y nada... ¿cómo, no tengo mensajes?

Los correos electrónicos tal vez acabaron con las viejas cartas de papel pero no con las cartas, que simplemente transmutaron su sustancia. De hecho, con este nuevo formato, empezamos a escribir muchas más cartas que antes. Tal vez ya no tan largas ni tan cuidadas como cuando tardaban tanto y eran una cada mes, cada dos meses: ahora el correo es más corto, más rápido, más frecuente... pero igual nos comunica y nos acerca, nos ilusiona, nos conmueve (también nos agobia cuando la gente abusa – junk mail – igual que nos molestaba antaño recibir un sobre, abrirlo, y encontrar dentro un mensaje genérico, un anuncio, una no-carta-para-mí).

Pero aunque todo esto suene muy presente... en realidad hablo del pasado, todo eso fue ayer. Seguimos usando los correos, claro, pero ya son cosa vieja, de ayer. Hoy – empezando por los jóvenes, que en esto son nativos y no migrantes como nosotros – ya es mañana, y encontramos mecanismos de comunicación que hace unos días (no puedo decir años) nos habrían sorprendido. Blogs en los que millones de personas escriben no saben para quién pero sí saben para qué: tienen algo que decir y han encontrado un camino mágico (es decir, un poco incomprensible) que pone sus palabras – opiniones, sensaciones, emociones – en ojos de otros ¿cuáles otros? A veces amigos a quienes damos la dirección de nuestro blog pero, muchas veces, gente cualquiera que se asoma furtiva, por accidente, por curiosidad, por recomendación o búsqueda obsesiva y encuentra nuestros unos y ceros transformados en algo visible para todo el que quiera verlo. ¿Cómo no entender el nuevo encanto de estas cartas al mundo? ¿Cómo no sentir un escalofrío ante la reacción de un completo extraño a nuestras letras?

Un paso más: mensajes de ciento cuarenta caracteres. Twits. ¿Qué son ciento cuarenta caracteres? Ni más ni menos que este parrafito y punto.

¿No es una locura? No. Es un twit. ¿Traducción? Supongo que sería un pío-pío, pero ya sabemos que las traducciones en ésta mundo virtual no funcionan muy bien: es más bien un tuit. Alguien se los inventó y nació Twitter... un lugar en Internet. Un lugar es un decir: ¿alguien sabe dónde está Internet? Pero ahí está Twitter, y permite que la gente escriba sus mensajitos de 140 caracteres – sus twits – para ¿quién? Aquí empieza el nuevo encanto: en parte para los amigos, a quienes damos la dirección de nuestra “homepage”, nuestro hogar tuitero, donde podrán leer nuestros microlétricos mensajes; pero en parte, y sobre todo, para quien quiera inscribirse en la lista de gente que quiere leer lo que escribamos.

Pero, de nuevo ¿qué se puede decir con 140 caracteres? Yo habría dicho que (a ver, seamos honestos: yo dije) ¡nada! ¿Qué se puede decir en menos de dos líneas? ¡Nada! ¿Nada? ¡Todo! ¿Todo? En cierto modo sí: ¿cómo explicar si no que hoy millones de personas se estén cruzando mensajes en Twitter y lo estén encontrando, como las cartas de ayer, encantador? Cada mensaje dice algo, a veces casi nada, a veces una inmensidad... y conecta además con otros mundos: envía al lector del twit a visitar los nidos de otros tuiteros, a descubrir blogs y páginas web en las que le esperan textos cortos, textos largos y contextos en forma de canciones, videos, fotos, dibujos que pueden ser fantásticos o patéticos. Pero, sobre todo, conducen a descubrir las más extrañas combinaciones de personas que, desde todo el mundo – muy cerca algunos, no sabemos de dónde otros – aparecen ahí, en las listas de gente que siguen o son seguidos por algún otro tuitero.

Fácilmente nos sumamos al juego, sobre todo por la libertad que entraña: muy pocas reglas explícitas y algunas implícitas (el respeto es clave y la censura, cuando se viola este principio, es solidaria e implacable); no hay obligación de escribir ni de leer, pero se puede hacer cuando y cuanto se quiera, siempre que sean 140 caracteres a la vez. Es un nuevo mundo o, más bien, una nueva forma de relacionarnos con el mundo y dejar que el mundo se nos acerque y nos sorprenda. Algunos tienen mucho tiempo para esto y lo utilizan febrilmente. Otros – como se dice vulgarmente – lo hacen cada muerte de obispo (algún día habrá que hacer las estadísticas para ver realmente qué significa esta figura). Yo – confieso nuevamente – pensé que no, que Twitter no me atraparía pero ¿por qué no probar? Ni tiempo tengo, así que probablemente – pensé – no entraría a Twitter más de un par de veces antes de confirmar mi juicio previo ¿qué se puede decir con 140 caracteres? Mi sorpresa es la que me llevó a escribir estas líneas, que son una simple invitación al juego: las palabras son misteriosas y parece que se las agencian siempre para encantarnos, capturarnos y ofrecernos al mismo tiempo su poder comunicador – nexo humano por excelencia – aún en formatos tan improbables como el de un tuit... microcosmos que nos abre – si queremos – un universo de posibilidades.

¿Por dónde entrar? Hay miles, millones de puertas. Puede usted entrar por el portón general
http://twitter.com/ o, si gusta, puede entrar por mi ventana: http://twitter.com/leonardogarnier y, a partir de ahí... cada quien hace su camino.

3 comentarios:

  1. Me encantó como reseñó el paso de la carta al correo electrónico "Es cierto, en el proceso hay una pérdida ¿cómo no? Pero, también y sin duda hay una ganancia. En todo caso, es distinto pero es igual". Definitivo.

    Cada uno de estos procesos deja algo tirado y se pone encima algo nuevo, se pierde una magia pero se gana otra.

    Son otros tiempos sin duda: los de la inmediatez y la cercanía irreal. Hay cosas que no se reemplazan igual, por eso hay reuniones de twitteros y bloggers, el cara a cara nunca acabará por supuesto... pero como parte del todo, ¡cómo cambia!

    Lindo post. Me encanta como escribe señor Garnier, o don Leonardo si así gusta. Saludos.

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  2. Prueba infalible de que la web 2.0 llegó para quedarse, mas no limita a los inmigrantes de las tecnologías de información a ser participes de ella. Un muy buen post Doctor Leonardo.

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  3. Apasionante su comentario don Leo... opinión ampliada en http://karlaacm.blogspot.com/

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